By En los años 50s Don Luis Agustín Cetto tomó el desafío heredado de su padre e hizo de Vinos Cetto una empresa de carácter y de proyección mundial.
No habría que llorar las pérdidas sino celebrar el legado. Hace días, Don Luis Agustín Cetto nos abandonó para surcar nuevos horizontes, pero nos dejó bien acompañados. Creó, no una industria sino una cultura, un amor a la tierra bajacaliforniana donde sembró la vid cuyos frutos supo transformar en vigorosos y aromáticos vinos que han dado la vuelta al mundo y dado a Baja California prestigio y reconocimiento.
Don Luis Cetto está más vivo que nunca.
Está presente en la herencia que endosó gentilmente a sus hijos, a su familia toda, a los profesionales y a los trabajadores vitivinícolas que continúan y continuarán ensanchando su legado luminoso, y cuya leyenda nos remite a su padre, Don Ángel Cetto aquel italiano que, como buen expedicionario de geografía y climas, llegó a tierras bajacalifornianos en los años 20s del siglo pasado, a sembrar la primera planta de vid en el fértil territorio del Valle de Guadalupe.
En los años 50s Don Luis Agustín Cetto tomó el desafío heredado de su padre e hizo de Vinos Cetto una empresa de carácter y de proyección mundial basado en la honradez y calidad con que elaboró generaciones de vinos señoriales que acapararon el gusto y la mesa de los más exigentes mercados internacionales.
En Baja California y, particularmente en Tijuana, Don Luis Cetto es un emblema, un icono del hombre empresario, del hombre emprendedor que, a fuerza de nobleza, paciencia, generosidad y de visión de futuro, consiguió colocar a Baja California en el nicho de los consagrados como una tierra de excelencia vitivinícola.
En el horizonte bajacaliforniano, en Valle de Guadalupe, emergen con fuerza nuevos y esforzados vitivinícolas, pero nadie le podría disputar a Don Luis Cetto la primacía de ser uno de los fundadores de esta honrosa tradición que da a Baja California economía, reconocimiento y fama mundial.
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