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Historias de taxi: El malo del cuento

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Enrique Camacho Beltrán / Investigador de la Estación Noroeste de Investigación y Docencia del Instituto de investigaciones Jurídicas de la UNAM

La otra vez en el taxi una estudiante estaba disculpando el lastre del gobierno pasado que enfrenta la presidenta Sheinbaum. Su novio no estaba de acuerdo, pues señalaba que el expresidente López Obrador tuvo mucho poder para poder cambiar las cosas. “… es que AMLO no pudo erradicar por completo las fuerzas neoliberales, pero hay que tener fe en que la corrupción de los neoliberales se va a terminar pronto…”. No pude escuchar mucho más; pero una contradicción de términos se quedó fija en mi mente: “la corrupción de los neoliberales…”.

No es que sea nuevo que haya palabras que pierden su significado técnico y adoptan un contenido emotivo. Mientras técnicamente uno de los rasgos más esenciales que caracterizan a un estado neoliberal es la lucha en contra de la corrupción ―que ellos ven como propia de los estados bienestaristas― la mayor parte de las veces la gente ―y aún la prensa y los malos académicos―usan “neoliberalismo” como adjetivo peyorativo. En ese sentido la estudiante quizás usaba “neoliberalismo” para condenar la corrupción de los políticos priístas y panistas; y no tanto como una descripción de políticos que estuvieran siguiendo un programa político, económico o cultural neoliberal.

Cabe entonces preguntar qué tanto nos sirve la susodicha palabrita para explicar y entender la realidad que conocemos. Cuando la gente se refiere a “los neoliberales” ¿se refiere a las mismas personas que hacen las mismas cosas? Dudoso, pues también hay mucha gente que describe las políticas obradoristas de desmonte de instituciones y de transferencias directas como políticas neoliberales.

El famoso geógrafo marxista David Harvey es quizás el académico que más sistemáticamente ha estudiado al neoliberalismo. Para él, se trata de un conjunto de teorías sobre política, ética y economía. Una cosa central en ellas es que la ciencia y la tecnología permitirían desplazar procesos burocráticos que tienden a la corrupción, por algoritmos y decisiones expertas que produzcan riqueza y bienestar. Ello achicaría el estado, aumentaría la libertad y cultivaría el espíritu humano a través de la competencia.

La aplicación de políticas neoliberales ha sido desastrosa en el Reino Unido, Estados Unidos y Chile, probablemente porque se trata de teorías fallidas pues seguramente parten de presupuestos falsos sobre los seres humanos y las sociedades. Sin embargo, no creo que en México hayamos visto nunca ningún intento serio de que la ciencia y los expertos desplacen a las burocracias corruptas para abrir la puerta a la competencia libre. Al contrario, hemos visto a las burocracias de todos los partidos ―incluido Morena―acaparar procesos para capturar los beneficios y convertir en privada la riqueza pública: justo lo contrario al neoliberalismo teórico. “Capitalismo de compadres” lo llaman los que conocen del tecnicismo y entienden que en el habla pública el neoliberalismo se ha vuelto el chivo expiatorio para que los ganones se salgan con la suya. Después de todo, ¿Quién va a señalar a algún responsable en particular si el culpable es la gran conspiración del sistema neoliberal?

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