Por: Paco Palani /Escritor y empresario
Pareciera que uno vive en una película de los años 60 en esta antigua Ruta del Queso y del Vino, la cual, por sí sola, transmite otra forma de vida, con misterios sin resolver, como si, de repente, pocos fueran los convencidos de que quedarse era la forma más honorable de respetar el trabajo y la historia de lo que fuera la primera capital del estado de Baja California, lugar que los vio crecer generación tras generación. Cada día, más mexicanos y extranjeros visitan este sitio, rincón que nos muestra cómo, en ocasiones, el tiempo sí se puede detener.
En esta historia, uno de los anfitriones es Marcelo Castro Ramonetti, hijo, nieto, bisnieto y tataranieto de una de las principales productoras de quesos en la zona. Comenzamos con una imagen que, en mi caso, me dejó pensando: la imagen de Don Porfirio Díaz en un documento que firmó cuando, siendo presidente de México, autorizó la naturalización de Pedro Ramonetti, originario de Suiza, quien acreditó cumplir con los requisitos legales y presentó su renuncia formal a su nacionalidad. Imaginemos todo lo que nuestro país representó entonces: una migración alegre de Europa a México.
Hoy, pareciera ser todo lo contrario; muchos buscan la primera oportunidad para irse de México por múltiples razones o argumentos. Sin embargo, les garantizo, queridos lectores, que la grandeza y riqueza histórica no son, ni serán, parte de esos motivos. Y es que México nació grande.
Después de algunas horas recorriendo la cava y escuchando sobre la exquisita forma de producir quesos y otros productos, hicimos una parada obligatoria en el comedor. Entre el adobe antiguo y una energía peculiar —aunque no negativa— que rodeaba el lugar, se manifestaba el amor, esfuerzo y pasión por lo que se hizo, se está haciendo y se hará. La entrada triunfal fue para una lengua de res preparada en frío, seguida de un pato cocinado a la perfección, bañado en su propio jugo. Como postre, aunque sin ser postre, disfrutamos de un jugoso corte de carne, acompañado de una ensalada y verduras frescas del huerto. Y es que, en la zona, también se produce carne.
Entre horas de charla y vino, suelen asomarse algunas verdades. Nos envolvía esa extraña sensación de querer quedarse en el lugar para siempre, y es que coincidíamos en tantos puntos de vista, especialmente en el sentido de pertenencia que Real del Castillo despierta en quienes lo visitan. Esa magia de tenerlo todo se intensifica al comprender por qué allí se instaló la primera imprenta, se fundó la primera escuela; en ese momento, todo cobra sentido.
Hoy en día, como mexicanos, debemos apostarle a ese «quinto partido», recuperar los valores que nos llevaron a la grandeza. En México, tenemos el baluarte de ser extremadamente ricos, no sólo en principios, sino, sobre todo, en historias que debemos seguir contando. Porque no se puede amar lo que no se conoce. México tiene un segundo aire, y no lo vamos a desaprovechar.
Continuará…
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