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Lo que el vino nos dejó

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¿Qué es más difícil, terminar o iniciar algo? pregunta complicada para alguien que acaba de cumplir 91 años, que sus últimos suspiros son el aroma de un buen vino y los remordimientos de sus actos derivados de emociones profundas y misterios sin resolver.   

Por: Paco Palani 

¿Han notado que cuando somos niños, el tiempo en esta tierra pareciera eterno, las palabras son gratis, el sol es tu primer amor, la luna un amor desconocido, creces y ya una vez en la edad de tu juventud cuentas los días para ser una persona libre y que el único freno sea el que tú te propongas?

Y al pasar los años con la llegada de tu madurez, los días ya no tienen las 24 horas que marca tu reloj, el juicio se acerca, las almas introspectivas comienzan a hablar muy poco y el tiempo marca el ritmo de la presión o relajación del momento.    

Es ahí cuando comienza el juego del ajedrez, mujeres y hombres desenfrenados, luchando por vanidades, buscando y buscando a hombres levantando piedras tras llover, cuando sólo necesitan amor; unos lo encuentran en el camino muy pronto, otros después y otros pasan a una mejor o peor vida sin él.   

Cuando era muy joven, leí uno de mis primeros libros. Trataba sobre una mujer que, minutos antes de querer morir, veía París a través de su ventana, mientras estaba sumergida en la tina de su baño minutos antes de querer morir, todo esto producto de un intento de suicidio por pastillas. La escena estaba figurada en los años 20s y ella describe la vanidad y monotonía de cada personaje que caminaba por su ventana.  

El libro termina con una larga agonía que transmite el círculo rutinario en los que casi todos se envuelven, por momentos, el vino parece excluirnos de esa rutina, pero podríamos pensar que todo es una falsa ilusión, son pocos los que se toman una sola copa de vino por salud, eso lo dejaré a tu criterio.   

Para este libro he decidido presentar dos caras de la moneda. La primera, una exhaustiva investigación y por otra, la parte más bohemia vista desde una novela, con cuatro personajes que se terminan convirtiendo en dos. 

 Muy pocos creen en la reencarnación, pero sí hay algo muy cierto, las almas tienen edad y no necesariamente la física. ¿Les ha pasado que se encuentran con alguien que sienten que ya conocían o que de pronto parece que ya vivieron alguna situación en la que parece que pueden cambiar las cosas y los segundos se terminan escurriendo? ¿Y qué decir en el amor, cuando de pronto, sin planearlo, se termina presentando justo en el momento menos inesperado?  

Lo mismo sucedió hace miles de años con el vino, mientras trasladaban uvas en las largas jornadas, esta se termina fermentando y comienza la historia de lo que hoy conocemos como algo que se puede presentar en la mesa más sofisticada o en una reunión universitaria, servido este en vasos de plástico o en la copa de cristal más refinado, ésas son las dos caras de la moneda que les comentaba, la volatilidad del tiempo que la montaña rusa de la vida nos plantea, y que en muchas ocasiones termina sorprendiéndonos 

Hera, nacida en Roma, Italia, en 1897, vivió su adolescencia durante la Primera Guerra Mundial, sus padres la quisieron llamar así por su obsesión hacia la mitología griega, ellos justificaban su decisión por la ascendencia griega, cuando Hera comenzaba a convertirse en mujer su presencia ante los hombres era notoria, su dominio y seducción aún más, 

Imaginen a Hera, una mujer de piel blanca con tintes acaramelados por el sol, ojos verdes, un cabello rebelde y un sentido común que despierta el interés de no cualquiera, y es que en esos años la mujer aún no se terminaba de consolidar en sociedad; para ella no era así, todo lo contrario, la inteligencia de su padre quedó rebasada cuando ella apenas cumplía 15 años y su hábito por la profunda y nostálgica meditación se hacían costumbre.  

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