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El arte de ser papá y saber estar

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Más allá de su impacto en el sector empresarial y público de Baja California, Max García, Carlos Gopar, Carlos Bustamante y Óscar Culebro han encontrado en la paternidad su mayor responsabilidad y su más profunda vocación.

Por: Alonso Valenzuela 

Ser papá no requiere capa, ni aplausos, ni perfección. Requiere presencia. Estar cuando hay cansancio, cuando las dudas pesan, cuando no existen todas las respuestas, cuando el miedo se disfraza de silencio, cuando los caminos son inciertos y, aun así, hay que ser guía.

Es, también, una elección que se renueva diariamente, donde se ejerce un liderazgo sin reflectores, impulsado por el afecto, la escucha y la coherencia. Es honrar la vida no desde lo idealizado, sino desde lo tangible; desde ese compromiso que, aunque no deslumbra, siempre sostiene.

Pero, ante todo, implica comprender que criar no es una carga heredada, sino una de las formas más nobles y bellas de amar.

Con esa premisa como punto de partida, CAMPESTRE reúne, con motivo del Día del Padre, a cuatro figuras de la escena pública de Baja California, como lo son Max García, Carlos Gopar, Carlos Bustamante y Óscar Culebro. Hombres forjados en el rigor del servicio, el emprendimiento, la gestión empresarial y los bienes raíces. 

Más allá del ahora

Este homenaje no nada más los celebra a ellos, sino también a nuestros lectores, que han comprendido que la mejor inversión en la vida es la que reside en los valores transmitidos, en el tiempo compartido con generosidad, en las memorias que se graban sin necesidad de fotografía.

Y cuando esa presencia ha sido constante, amorosa y real, incluso la ausencia se convierte en compañía. Hay padres que, aunque ya no estén, siguen abrigando desde el recuerdo.

Lo recordamos en Interestellar, con la fuerza de quien ha amado a través del tiempo y la distancia: “El amor es la única fuerza que puede cruzar el tiempo y el espacio”.

Lo que estos padres construyen va más allá del ahora. No son sólo recuerdos, son ecos. Ecos que, como las partituras de Hans Zimmer, siguen resonando mucho después del último acto.

Como dijo José Saramago: “Hijo es un ser que nos prestaron para hacer un curso intensivo de cómo amar a alguien más que a nosotros mismos”.

Porque justo allí, en ese curso intensivo, en esa práctica silenciosa y constante, reside el verdadero heroísmo de ser padre.

Max García… construir momentos, no apariencias

El empresario del ramo inmobiliario Max García es directo cuando confiesa que no busca la perfección. Persigue algo más valiente: la congruencia.

Tijuanense, primogénito de cinco hermanos, forjado por el ejemplo de una madre y un padre incansables, sabe que la paternidad no se hereda, sino que se edifica todos los días.

“Nunca le había tenido tanto miedo a un reto como al de ser papá”, admite. No por temor al fracaso, sino por el peso inmenso de querer ser ejemplo.

Para él, la familia no es una postal idealizada. “Le digo a mi esposa que no somos la ‘happy family’ que se proyecta en redes, pero cada día hacemos un gran esfuerzo”.

A través de esa honestidad, ha descubierto que la verdadera riqueza no siempre es material. 

“Como sociedad vivimos muchas veces en apariencia, aspirando a niveles económicos… pero hay quienes, sin tenerlo todo, son inmensamente felices”, dice.

Entre tardes en la playa y memorias sin filtros, Max enseña que lo más trascendente suele ser lo más simple.

“Somos constructores de momentos felices”, les enseña a sus hijos. Ésa es su mayor herencia. No propiedades, sino recuerdos. No discursos, sino presencia.

Inspirado por su padre, aprendió una lección que lleva consigo: “A veces perdemos lo más por lo menos”. 

Por eso, aunque ha emprendido en la gastronomía y conocido tanto el éxito como el fracaso, siempre vuelve al origen. Lo hace con un compás interior que se sostiene en cinco pilares: congruencia, trabajo, honestidad, lealtad y gratitud.

Esa misma visión lo lleva a imaginar una sociedad distinta, una donde hombres y mujeres se reconozcan por sus capacidades, no por batallas de poder. Donde la comunidad no espere todo de las autoridades, sino que se involucre en construir lo que necesita.

“No necesitas estar en política para transformar. Comienza en tu casa, formando buenos ciudadanos”, afirma con la experiencia que le da haber sido regidor en Tijuana, diputado federal en la LXIII Legislatura y parte del Congreso de Baja California.

Max cree que el éxito no está en acumular, sino en compartir. Que lo esencial no se presume, sino que se vive.

Cierra con una reflexión que condensa su filosofía de vida: lo esencial no es tenerlo todo bajo control, sino atreverse a soñar, equivocarse… y seguir presente.

Y lo hace bajo un liderazgo que no se mide en escaños ni reconocimientos, sino en la mirada de Máximo, Luis Eduardo y Diego. 

Tres hijos que no sólo llevan su apellido, sino también la certeza de que su padre nunca ha dejado de estar: firme, presente, profundamente humano.

Carlos Gopar: la importancia de estar para cuando se necesite, incluso en el silencio

Carlos Gopar no se define por medallas ni cargos, sino como esposo, papá y amigo. Como un hombre agradecido con la ciudad que lo vio enamorarse, formar una familia y ponerse el uniforme más honroso: el del servicio.

“Tuve la suerte de tener el mejor trabajo del mundo, ser bombero. Y más aún, dirigir una institución tan noble como lo es Bomberos Tijuana”, dice, con la voz de quien ha visto la tragedia de cerca, pero ha elegido vivir desde la esperanza.

En su relato no hay épica de manual. Hay humanidad. Un padre que recuerda con asombro sagrado el primer llanto de su hija y, seis años después, el nacimiento de su segundo hijo.

“Esa capa de piel que albergó durante nueve meses a esa criatura… quien lo ha vivido lo entiende, cada quien a su manera”, menciona con el gesto entrañable de quien, desde que sus hijos estaban en el vientre de su esposa, ya los esperaba con la mayor de las ansias.

Carlos cree en el amor como eje y en la congruencia como directriz. Aprendió que ser ciudadano también es sentir, llorar, compartir. 

“Si está en tus manos ayudar, hazlo. El puesto es efímero. Pero tú como persona… tú puedes trascender”.

Ésa fue la lección de su padre, uno de los personajes más entrañables en la historia de Tijuana: don Carlos Gopar. 

Y la ha llevado todavía más allá… al fuego, a la comunidad, al alma.

Durante su paso por la dirección de Bomberos, logró abrir tres estaciones más, sumar cien elementos a la corporación y acercar servicios a zonas históricamente desatendidas. 

Pero no lo menciona como logro personal. Lo dice como quien cumplió con un deber.

“Dirigir la corporación me cambió. Ver una ciudad que crece sin control, con riesgo sísmico, sin haber enfrentado aún una gran tragedia, me hizo entender que esto no es tarea sólo del gobierno. Es de todos”.

Sueña con una Tijuana  que no necesite héroes porque se anticipa al peligro. Como bien dice: “La ciudad más segura no es la que tiene mejores equipos, sino la que piensa en la prevención”.

Hoy, Carlos quiere dejar un legado, no de placas ni monumentos, sino de memoria emocional. Ser un papá que jugó béisbol, que fue a la playa, que abrió una botella de vino para conversar con cada hijo por separado.

A sus hijos, Carlos y Karla, les dedica la canción Viejo, mi querido viejo, de Vicente Fernández.

“La salud se va. Las ideas se dispersan. Pero el amor que sembramos en ellos cuando éramos fuertes debe regresar cuando ya caminemos lento. Al paso de los años, quiero que digan: ‘mi papá siempre estuvo con nosotros. En las risas, y cuando había que sacar la casa adelante’.”

Y si sus hijos, algún día al mirar atrás, dicen simplemente: mi papá siempre estuvo, Carlos Gopar sabrá que su misión ha sido cumplida. No desde la heroicidad, sino desde lo cotidiano. Desde el fuego que no destruye, sino el que alumbra.

Su padre ya no está físicamente. Pero en ese diálogo imaginario que todos mantenemos con quienes nos formaron, Carlos se queda con algo claro. Si pudiera tenerlo frente a frente, no haría falta un discurso.

Sólo le diría, con una mezcla de gratitud, nostalgia y ternura: “Gracias por todo, compadre.”

Carlos Bustamante, la firmeza con alma de servicio

Carlos Bustamante no aprendió a ser padre en los libros, pero los libros le dieron lenguaje para entender lo que ya vivía.

En su voz hay certezas, y en su mirada, un destino.

“Me di cuenta que fui feliz desde que encontré el amor de mi vida en mi esposa, a los 17 años”.

Desde entonces, todo lo demás -el éxito, los negocios, el prestigio- llegó como añadidura.

Lo que él construyó primero fue una familia, y desde ahí, el resto del mundo.

No es un padre de discursos, sino de estructura.

“Toda la vida eres padre. Para mí, serlo es saber si mi examen de vida va a ser positivo con base a lo que mis hijos resulten ser”.

Su mejor juez no está en las urnas ni en los consejos de administración. Son su esposa y sus hijos, Luis Carlos y Diego.

Y ante ellos, Carlos Bustamante se planta con la convicción de ser congruente, presente, ético.

Afirma que su mayor herencia vino de su padre, y es la del ser alguien digno para hacer el mejor trabajo.

“Recuerdo que mi papá era el primero en levantarse. Gracias a eso, nunca tuvimos urgencias económicas”.

Esa ética se volvió columna vertebral. Pero no es sólo proveedor: es arquitecto de conciencia.

“Quiero hijos fuertes. Que en la adversidad recuerden mi formación, y en la alegría, mi presencia.”

A ellos les dedica un poema: If, de Rudyard Kipling, porque cree que la fortaleza nace de resistir con decoro y de vivir con propósito.

“Servir no es humillarse”, dice. “Servir es contribuir a una mejor sociedad, a una mejor ciudad, a una mejor familia. Ésa es mi brújula.”

Y en esa brújula personal, hay un principio que lo define: “Ingenuo por decisión. Prefiero ver a las personas y a la vida por lo positivo, por lo sano, por delante. Y por lo mismo, no me gusta pensar que en la vida hay que ser malicioso para que te vaya bien”.

Tijuana le enseñó que el cambio es la única constante. Aquí, dice, “la estabilidad no es una idea permanente”.

Para prosperar se necesita olfato, resiliencia y adaptación inmediata.

Pero más allá de los negocios, el verdadero éxito es dejar huella en los hijos, en los equipos que uno forma, y en el respeto por las personas.

Reconoce que formar ciudadanos implica nadar contra la corriente cultural, en una época donde la inmediatez ha desplazado al carácter.

Por ello, defiende la formación lenta, exigente y profunda. Cree que educar no es proteger del dolor, sino preparar para enfrentarlo con dignidad.

“Muchas veces, los hijos nos enseñan qué tipo de padre debemos ser”.

Y él aprendió a escuchar. Por eso, hoy, Carlos Bustamante es, en esencia, eso que Kipling escribió: “…serás hombre, hijo mío”.

Óscar Culebro y cómo levantarse después de un nocaut

Óscar Culebro no se presenta como héroe ni como mártir. Se define como papá, empresario y sobreviviente.

Pero su historia no va de logros empresariales, sino de caídas profundas y de cómo, golpe tras golpe, decidió reconstruirse hasta volverse el hombre que es hoy.

“Si tuviera un libro, se llamaría Cómo levantarte después de un nocaut”, dice con la voz de quien ha conocido la lona y, aun con el alma sacudida, se niega a quedarse abajo.

Para él, no todo ha sido sencillo. Confiesa que perdió a tres hijos antes de convertirse en padre. Enfrentó una enfermedad grave, fue despedido sin liquidación recién casado, sufrió la traición de un socio, un desfalco y, más tarde, una reforma legal lo obligó a despedir a 180 empleados.

“Pasamos de 180 empleados a sólo 10. Lo difícil no es crecer. Lo difícil es volver a estar de pie.”

Pero la vida, en su extraña forma de probar y redimir, lo fue guiando de vuelta a la esperanza. Con trabajo, tenacidad y el tesón de quien nunca se deja vencer, fue encontrando nuevos caminos. Caminos donde el rostro de su esposa y las sonrisas de sus hijas se convirtieron en el combustible que lo sostuvo en pie.

Hoy es padre de Ana Sofía y Sara Carolina.“Ser papá es lo mejor que me ha pasado. Mis hijas son todo para mí.”

Cuenta que Sara nació con un sólo riñón, por lo que la operaron a los ocho meses de vida. En ese instante, entendió lo que significa la fortaleza en miniatura, y aprendió -a través de ella- que el amor también se mide en la cantidad de veces que uno se mantiene firme, aun cuando quisiera derrumbarse.

De su padre, Óscar afirma haber heredado una frase que le marcó el carácter: “El dinero no cambia a nadie. Todos somos iguales. Lo único diferente es el tamaño de la cartera. No menosprecies. No hagas a un lado.”

La humildad se le quedó grabada. “No necesitas un carro de marca para decir ‘aquí estoy’. Lo importante es compartir lo que Dios te da.”

“Quiero que mis hijas digan que fui un papá amoroso, que estuve en las buenas y en las malas.”

Cree que la verdadera riqueza está en el bienestar emocional, en la salud, el tiempo y en tender la mano a quien se está ahogando.

“Si puedo darte la mano, lo haré. Y con mucho gusto.”

Del mismo modo, defiende la autenticidad como una forma de dignidad.

“No hay que quedar bien con nadie. Ser uno mismo es parte de la transparencia”, afirma.

Por eso nunca ha necesitado máscaras ni etiquetas. Confiesa que lo suyo no es la imagen, sino el contenido. Y en su vida, la coherencia ha sido su escudo.

Desde esa visión, Óscar no quiere ser recordado como un empresario exitoso, sino como alguien que supo levantarse sin perder el alma.

Alguien que amó profundamente a su familia, que no negoció sus principios, y que eligió ser luz —aun en medio del naufragio— para quien más lo necesitaba.

No se autodefine como ejemplo. Se reconoce vulnerable, transparente.

Elige la canción Ven, de Fonseca, para sus hijas. “Ésa es para ellas, 100%.” Cree en Dios, en el café por la mañana, y en agradecer cada respiro.

Y, sobre todo, cree en seguir. Con los pies en la tierra y el corazón intacto.

 

Óscar Culebro no ha sido invencible, pero ha enfrentado cada golpe con dignidad. 

No presume poder, pero sí algo más valioso…haber estado ahí, firme, cuando todo a su alrededor parecía venirse abajo. 

Porque es de esos hombres que sostienen el mundo con el alma entera.

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