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El segundo piso de la Cuarta Transformación

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Por: Edgar Ortiz 

“Quien no sabe de dónde viene, difícilmente sabe a dónde va”. Famosa frase que engloba gran conocimiento y características de sucesos históricos que nos ayudan a construir nuevos caminos en la vida cotidiana y desde luego en otros campos como lo son, el arte, la sociedad, la política y los gobiernos. Para continuar, permítanme centrarme en estos últimos. 

Hoy día, somos testigos de naciones grandemente desarrolladas con sociedades sólidas, como es el caso de Estados Unidos de América y Francia, por citar algunos ejemplos.  ¿Cómo alcanzaron estos países su estatus de potencias mundiales? 

Francia, reconocida como potencia mundial, ha atravesado innumerables desafíos, desde levantamientos sociales, guerras, golpes de Estado, monarquías e imperios. Todo esto antes de alcanzar una plenitud social y política.  

Recordar a Francia y su revolución, es recordar uno de los momentos icónicos en la humanidad, a un pueblo hambriento en contra de un gobierno despilfarrador, tomando la Bastilla y proclamando un ideal ético-político que engloba tres principios: la libertad, la igualdad y la fraternidad”.  

Luchando contra el feudalismo y una monarquía opresora, el pueblo buscaba condiciones de vida justas para todos. Sin embargo, esta narrativa idealista estuvo lejos de ser perfecta; se vivieron tiempos de muerte y terror, se inventó la guillotina y se derramó sangre de todas las estirpes. Emergieron figuras destacadas como Robespierre y Danton, inspirados por los ideales de otros eminentes pensadores como Rousseau, Montesquieu y Voltaire. 

Allí surgieron militares reconocidos como Napoleón Bonaparte, que tras un duro camino fue uno de los más condecorados, que luego tras un golpe de Estado, se convirtió en el primer emperador francés que conquistó a casi toda Europa.   

De manera similar, la ahora gran potencia de Estados Unidos padeció años de colonialismo, esclavitud y racismo. Tuvieron que levantarse en armas para derrocar al imperio británico y reclamar su libertad de la mano de grandes hombres como Washington, Franklin, Jefferson y Adams.  

Años después, volverían a luchar para abolir la esclavitud, de la mano de otro grande como lo fue Abraham Lincoln. Posteriormente, la sociedad, aún sometida al racismo, logró superar estas prácticas inhumanas inspirada en los ideales de Luther King, Gandhi y el despertar norteamericano. 

De igual forma, millones de mujeres y hombres padecieron las guerras mundiales. Muchas de estas acciones fueron impulsadas por el ideal del Destino Manifiesto.  

En un contexto nacional, nuestro territorio experimentó procesos similares durante diversas guerras y revoluciones, antes de alcanzar la libertad, la democracia, el sufragio femenino, la igualdad y la justicia; años de complejidad y cambio. 

Pero, ¿a dónde voy con todo esto? Antes de que Francia, Estados Unidos, y otros grandes países se convirtieran en lo que son hoy, pasaron por esa complejidad y con ello nos recuerda otra frase conocida: “Roma no se hizo en un día”, pasaron siglos antes de convertirse en la gran República que fue, pero finalmente este dicho engloba el misterio de nuestros éxitos. Antes de que una persona alcance el éxito, ya sea como profesional, emprendedor o empresario, deberá transcurrir mucho tiempo. 

Esto nos conduce a la narrativa del presidente López Obrador, quien ya ha iniciado la primera fase de un cambio, ubicando un marco jurídico para castigar la corrupción, instaurar un gobierno federal austero, sin despilfarros y brindar programas sociales para los más necesitados, si bien no es un panorama perfecto, pero sí perfectible.   

 
Así como Roma no se construyó en un día, tampoco se forja la gloria de una sociedad de manera instantánea. Para corregir los estragos del pasado se requiere esfuerzo y apoyo, pero, por encima de todo, tiempo para proseguir con el segundo piso de la cuarta transformación. 

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