Por: Enrique Camacho Beltrán / Investigador de la Estación de Investigación y Docencia, del Instituto de Investigaciones Jurídicas de la UNAM.
El otro día en el taxi pude escuchar, quedito pero sentencioso esa expresión odiosa: “pus que disfruten lo votado”. Cada vez qué hay una crisis institucional, algunas personas que simpatizan con la oposición, culpabilizan con mezquindad a los votantes Morenistas. Sea el desabasto de medicinas, la extorsión del crimen organizado o los efectos de los huracanes; los iracundos opositores le exigen, sobre todo a las víctimas más vulnerables, que asuman haber votado por el desmantelamiento del seguro popular y del sistema de adquisición de medicamentos, por la política de “abrazos, no balazos” o por la extinción del FONDEN.
Lo más obvio sería criticar la expresión por ser revictimizante: las víctimas de la ineficacia, abandono y desgobierno actuales, regularmente no podía haber sabido que, el mandato popular que le otorgaron a sus gobernantes para luchar en contra de la corrupción y a favor de un gobierno social, iba a ser usado para la extinción de fideicomisos y de instituciones bienestaristas sin un plan robusto y profesional para sustituirlos. Cualquiera puede ser víctima de un abuso de confianza y el culpable es el abusador no la víctima.
Pero hay otro error metodológico y categorial que me parece especialmente irritante. La expresión asume que todos estábamos en plano de igualdad, no solo en acceso a la información completa y perfecta (de las intenciones del abusador, cosa imposible), sino también en el punto inicial desde el cual juzgamos las plataformas electorales; y eso es groseramente falso. Quizás sea cierto que los gobiernos anteriores cumplieran con un crecimiento mediocre pero mayor al del actual gobierno, con un mantenimiento de la deuda en niveles más bajos y con otros indicadores democráticos, institucionales, y macro o microeconómicos. No estoy seguro. Pero la percepción y goce de esos supuestos beneficios mediocres disminuirían hasta desaparecen mientras más bajo se está en la escala social. Para las personas más vulnerables no hizo nunca demasiada diferencia la reforma energética, los pagos anticipados de la deuda o el CONACYT. Lo que sí hizo diferencia son ―entre otras cosas ― un discurso y comunicación popular, el aumento al salario y las transferencias directas. Su voto es perfectamente racional y razonable desde esa perspectiva. En contraste, muchas personas que han gozado de los privilegios consolidados por los gobiernos de la alternancia acapararon los beneficios, sin realizar el trabajo para que ellos se extendieran a las personas menos afortunadas. Por eso su juicio de que disfruten lo votado es irrazonable y su desdén airado es tan ridículo y ciego como su falta de empatía y consciencia histórica.
Si estos grupos opositores tuvieran razón en objetar a la desmovilización social, la militarización, la desinformación y el autoritarismo del actual gobierno (no afirmo ni niego que la tengan) van a tener que demostrarlo con suma humildad. Comenzar por la autocrítica por la descomunal autocomplacencia que normalizó la soberbia de una clase política indolente, que se permitió ignorar las necesidades y aspiraciones legítimas de las masas. Después de que asuman esa responsabilidad, quizás puedan articular un discurso creíble que le explique a la sociedad sus reclamos dignificando a los interlocutores, para desarticular el poder de la desinformación y de la política emotiva de la identidad. Pero que sean capaces del respeto está por verse.
[1] Agradezco a Jorge Ramos Patiño por sus agudas críticas a borradores previos de este texto.
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