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Claudia Agatón, la voz firme de una Ensenada que despierta

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Más allá de los cargos y las obras, el verdadero legado se cifra en la confianza recuperada, en políticas con rostro humano y en una ciudadanía que vuelve a creer que el cambio es posible. El liderazgo de Claudia Agatón al frente de Ensenada plantea una narrativa distinta: la de un municipio que ha dejado de resignarse y empieza a reconocerse capaz.

Hay ciudades que se explican por sus costas, por sus rutas marinas, por el vaivén de una historia escrita frente al mar.

Pero hay momentos en que también se entienden desde la voz que las representa, la mirada que las guía y el carácter de quien las sueña y las construye.

Ensenada es una de ellas. Su identidad se escribe con el viento salino que choca contra contenedores que cruzan el océano y silencios que recorren valles entoldados de vid, mientras su proyección se fortalece gracias al trabajo de mujeres que tejen con firmeza un futuro más digno y sostenible.

Por eso, en esta edición de CAMPESTRE, nos congratulamos de conversar con Claudia Agatón Muñiz, alcaldesa del XXV Ayuntamiento de Ensenada y la primera mujer en encabezar los trabajos del municipio más extenso de México, en un diálogo que revela su visión política y -sobre todo- la fibra emocional que la sostiene: la de una madre orgullosa y la de una líder al frente de un territorio clave para el desarrollo económico y geoestratégico del país.

El poder de ser madre

Claudia llega a este encuentro con esa franqueza tan suya y la sonrisa que la distingue, acompañada de su pequeña hija Fernanda, siendo respaldada por el equipo de mujeres que la apoyan y que, para ella, son pieza clave en el ejercicio pleno de sus funciones como munícipe.

Y al verla en ese vínculo tan estrecho con su pequeña, entendemos que para ella ser madre ha sido una experiencia que ha enriquecido su liderazgo. 

Porque entre reuniones, planes y decisiones cruciales, también caben los juegos, las tareas escolares y los abrazos nocturnos. 

Sabe que conciliar no es fácil, pero lo asume como parte de su compromiso con una política más humana, más real, más cercana a las vidas que busca transformar.

“Todo lo que hacemos las mamás es para beneficio de las generaciones que vienen”, afirma.

Y tal vez por eso su visión de desarrollo siempre incluye una sensibilidad que no está en los manuales de política pública ni libros de imagología: la empatía, la ternura, la capacidad de no olvidar de dónde viene.

Fuera del molde

Poco antes de tomar asiento, atenta, saluda a los presentes, y casi sin esfuerzo, sus palabras comienzan a revelar que estamos frente a una política que rompe con el molde convencional. 

Se muestra tal cual es: auténtica, como una persona que ha sorteado momentos aciagos y que entiende que a esos se les da la vuelta, no para olvidarlos, sino para comenzar a construir desde ellos.

Habla con naturalidad de sus logros, pero también de sus dudas, de sus orígenes, de su afición por el deporte, de su gusto por el cine y de una palabra que repite con cadencia casi involuntaria: responsabilidad. 

La pronuncia como si cada letra tuviera peso propio. Y vaya que lo tiene, porque en tiempos donde la política se agita entre eslóganes vacíos y promesas recicladas cada tres o seis años, ella apuesta por un concepto más profundo: gobernar también es sanar.

Porque, como lo llegó a señalar alguna vez Michelle Bachelet: “Cuando una mujer entra a la política, cambia la mujer. Cuando muchas mujeres entran a la política, cambia la política”. Y Claudia lo sabe. Lo ha vivido. Y cada paso suyo resana las grietas en los viejos moldes del poder.

El punto de inflexión

Siete meses antes de tener esta conversación en las instalaciones de CAMPESTRE, estando en la ciudad de Cambridge, en una de las aulas de la Universidad de Harvard, ocurría un encuentro que marcaría un antes y un después en la vida de Claudia Agatón.

Por eso, cuando habla de Harvard, la alcaldesa surgida de MORENA lo hace con una mezcla de orgullo sereno y conciencia transformadora. 

No fue nada más un curso, fue -en sus palabras- “un antes y un después”

Durante esa ocasión, se presentó como presidenta electa, pero volvió con otra mirada. “¿Quién es Claudia y qué vas a hacer por el mundo?”, le preguntaron allá. Y ella dudó. No por inseguridad.

“Yo pensé: ¿el mundo? ¡Pero si yo apenas voy a tomar protesta como alcaldesa de Ensenada!”

Durante esos siete días, más de 20 alcaldes de todo el país compartieron experiencias y modelos de gestión pública. 

Al final del proceso, un acto simbólico cambió algo en ella: un colega varón se acercó y, en nombre de todos los hombres que en algún momento obstaculizaron el camino de una mujer en política, le pidió perdón.

“Sanaron mi corazón”, confiesa. Y desde ahí, entendió que gobernar también es sostenerse emocionalmente para sostener a los demás. Que la autoridad, para ser legítima, también debe ser ética. Que las cicatrices pueden ser fuerza.

Raíz, vocación y territorio

Claudia Agatón no es una figura improvisada en la escena pública, y su biografía tiene más que ver con la cultura del esfuerzo que con el privilegio político, nos explica. 

Su historia no empieza en una campaña ni en un escaño, sino en una calle de la Colonia Popular Número 2, donde creció entre la formación de un padre disciplinado, la algarabía de sus hermanos, los partidos de básquetbol que jugaba admirando a Michael Jordan, y llenar cuadernos con letras que terminan formando pequeños cuentos, como aquel que tituló Camilo Pelón, y que le hizo ganadora en un concurso en la preparatoria. 

Fue en ese barrio de infancia donde aprendió las primeras lecciones de liderazgo, como el trabajo en equipo y el juego limpio, que la hacían subir el cerro en compañía de varios de sus perros. 

Sobre su formación académica, relata que pudo abrirse paso gracias al trabajo. 

Fue ese tesón el que le permitió sostener sus estudios, comprar libros y asumir con disciplina su paso por el Centro de Estudios Tecnológicos del Mar, y más tarde por el CUT Universidad.

Precisamente, la misma convicción con la que se formó como estudiante, la replicaría años después como diputada en la XXIV Legislatura del Congreso del Estado de Baja California y, ahora, como alcaldesa desde el cuarto piso del Ayuntamiento de su ciudad.

Ahí, cada mañana se repite la misma escena: abre las cortinas de su oficina, observa la ciudad extendida frente a ella, respira profundo y recuerda lo que está en juego.

“La responsabilidad se escribe con mayúscula”, dice con firmeza.

La política como persistencia y resistencia

Claudia Agatón no llegó al poder por azar ni por cuota, llegó porque insistió.
No se victimiza, pero tampoco romantiza la ruta. Su andar político ha sido un campo minado de prejuicios, escepticismo y resistencia estructural.


Pero cada negativa, cada estigma, cada condescendencia, la convirtió en impulso.

Decidió firmar su nombre completo sobre cada gestión, cada proyecto, cada plan de desarrollo.

Por eso habla con tanta fuerza cuando explica que su administración no se mide por discursos, sino por acciones tangibles.

Pero también por algo más invisible y vital, al haber convencido al ensenadense de que sí se puede. Que Ensenada no es un municipio de segunda. Que merece tener un carnaval de verdad, no imitaciones; una ruta troncal moderna, no parches; una narrativa propia, no la versión periférica de otras ciudades.

La ciudad como cuerpo político

Bajo esa misma lógica, Claudia Agatón ha adoptado una visión de Ensenada pocas veces planteada: una ciudad que debe construirse desde el equilibrio entre el sueño y el método. 

Para ella, todo parte de aplicar la metodología correcta y de contar con un plan de trabajo sólido y sustentado.

“Sí, las cosas se sueñan, pero también se deben trabajar de manera adecuada”, destaca con convicción.

Justo ese trabajo metódico ya ha comenzado a dar frutos: obras que alguna vez fueron sólo un anhelo, hoy están cimentadas sobre una infraestructura con sentido. 

Responden a una visión de municipio que se reconcilia con su identidad marítima, fortalece su vocación industrial y apuesta con firmeza por su potencial binacional.

Proyectos como el Aeropuerto Internacional de Ensenada -437 hectáreas a un costado del Valle de Guadalupe- no son para ella sólo logros técnicos, sino un nuevo capítulo en la historia de su ciudad.

A eso se suma la ampliación del Puerto del Sauzal, con una inversión de más de 5,400 millones de pesos; la creación de Jatay, “Ciudad industrial” que promete 500 empresas y 5,000 empleos; el ferry Ensenada-San Diego que reactivará el cruce turístico y de carga; y la ambiciosa Ruta Troncal, diseñada para que Ensenada dé el salto hacia la movilidad eléctrica con camiones Taruk. Todos ellos, piezas de una misma orquesta. 

En esa sinfonía cívica, Claudia no sólo dirige, también sueña, planifica, ejecuta y sostiene. Sabe que no hay obra que valga si no se respeta a la ciudadanía. Y sabe también que el ensenadense es más inteligente de lo que muchos políticos han querido creer.

Netflix, el mar y las luces

Uno de los proyectos más simbólicos que lidera es el desarrollo de un centro de filmación de Netflix en la ciudad, además de la filmación de una película sobre el explorador Juan Rodríguez Cabrillo, quien descubrió la Bahía San Mateo, que años después Sebastián Vizcaíno bautizó como “Ensenada de Todos Santos”.

En este proyecto, asegura, se busca sumar a la academia y agrupaciones dedicadas a la investigación de la historia local, para de manera conjunta desarrollar un libreto que cuente este suceso y muestre la belleza natural del municipio al mundo.

Siendo cinéfila de corazón, lo cuenta como quien habla de un sueño largamente acariciado, pero ya en proceso de materialización. 

La idea es clara, al buscar atraer producciones nacionales e internacionales, detonar la economía creativa, poner a Ensenada en el mapa industrial y cultural. 

Y la metáfora es inevitable: del teatro escolar al cine global, del cuento adolescente a la producción profesional. 

“La industria fílmica tiene efectos positivos en toda su cadena valor y nuestro municipio cuenta con lo necesario para su desarrollo, desde la ubicación estratégica a una hora de la frontera, hasta prestadores de servicios calificados y escenarios de impresionante belleza”, recalca la alcaldesa.

Legado en construcción

En la política, muchos aspiran a ser recordados por lo que hicieron; pocos entienden el valor de ser recordados por lo que inspiraron. Claudia Agatón quiere que su nombre se asocie con transformación, no con presencia. 

Que cuando los niños de hoy sean adultos y caminen por las calles de una Ensenada distinta -más digna, más fuerte, más conectada consigo misma- puedan decir sin aspavientos: “ella fue la primera, pero no la última”.

Su sueño no es inmortalizarse en placas ni bustos. Lo suyo es más silencioso y más profundo: dejar cimientos. 

“Me gustaría ser recordada como la alcaldesa de la movilidad”, dice. 

Movilidad no exclusivamente en términos de calles, puentes y transporte eléctrico, sino como una metáfora de movimiento social, de avance generacional. La mujer que regresó a Ensenada a su ritmo, que impulsó iniciativas de escala nacional desde una esquina del Pacífico, y que lo hizo sin traicionarse.

El reto más difícil no ha sido técnico ni legislativo. Ha sido cultural, el de convencer al ensenadense de que sí se merece una ciudad mejor. Romper el escepticismo de décadas, las frases resignadas, los “seguro ni pasa” que se arrastran desde generaciones anteriores. Y, como ella misma lo dice, eso ha sido lo más duro. Pero también lo más valioso.

Un epílogo abierto

Hoy, Ensenada se encuentra en un punto de inflexión. Y Claudia Agatón está decidida a ser algo más que una administradora de la coyuntura. 

Se ha asumido como puente entre generaciones. Como la mujer que abrió la puerta sin miedo, sabiendo que no la cruzaría sola, sino junto a una ciudad que está aprendiendo -paso a paso- a reconocerse fuerte.

Decía Maya Angelou: “La gente olvidará lo que dijiste, olvidará lo que hiciste, pero nunca olvidará cómo la hiciste sentir”

Tal vez por eso, cuando Claudia habla de sus proyectos -el aeropuerto, el puerto, Netflix, la compra de los autobuses Taruk- no lo hace como una funcionaria. Lo hace como alguien que sabe lo que significan esos logros en la vida real de alguien más, como una oportunidad, un empleo, un orgullo, una herencia digna.

Porque para la alcaldesa, cada uno de estos tiene un nombre, un barrio, una necesidad concreta, con la intención de no construirse únicamente para inaugurar, sino para reparar. 

Su misión, como ella misma lo dice, es trabajar por las generaciones que aún no nacen.

Y eso, en tiempos como el que compartimos, no sólo es raro, es completamente radical… es trascendente.

Al final, las decisiones, los proyectos y los sacrificios nacen del mismo lugar: el amor. Un amor radical, consciente y comprometido por Ensenada. Ese amor que no se declama, se trabaja. Y que también se hereda. 

Porque mientras Claudia Agatón posa frente a la cámara, es Fernanda, su hija, quien se acerca sin titubeos y me dice con voz firme, casi como si sellara una promesa a sus 10 años: “Estoy muy orgullosa de mi mamá… la amo muchísimo”. 

No lo dice para la foto. Lo dice porque lo sabe, porque lo siente. Porque ese amor es el cimiento de todo lo que está por venir.

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