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Suplantando al alfombrero

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Por: José Galicot / Empresario, educador y filántropo

Cuando Rafael, mi hijo mayor, termina la escuela, decide participar en un negocio de venta de productos de alfombras, provenientes de Atlanta, Georgia, adonde acudimos muchas veces para conseguir representaciones. Nuestra compañía se llamó “Diamond Industries”, y se diseñó un diamante verde como logotipo.

El negocio era muy interesante, recorrimos todas las iniciaciones de hoteles en el país para ofrecerles nuestro producto.

En un viaje a la Ciudad de México, encontramos a un cliente potencial, Jorge Nakach, que vendía alfombras para hoteles y se interesó por adquirir nuestros productos, específicamente los de la fábrica Mohawk de Dalton, Georgia, zona donde se produce el 80 % de la alfombra de EU y que es muy bella por ser exuberantemente verde.

El comprador intentó “brincarnos” como agentes para conseguir mayor descuento, por lo que le aseguramos que éramos los dueños. Se especificó una fecha donde Jorge viajaría y conocería la fábrica personalmente. Previo al viaje, hablamos con Joe Price, quien sí era el dueño, y le dijimos que necesitábamos aparentar ser nosotros los propietarios; le preguntamos si tenía algún inconveniente y dijo que no, porque nos impediría vender en México con seguridad y muchos clientes chapulines que nos brincarían intentarían comprar directo.

Como un juego, planeamos juntos Rafael, el dueño y yo, el teatro. Siendo Rafael joven, penoso y circunspecto, pero que por el interés de vender aceptó actuar con cierta reticencia.

Nos aposentamos en la fábrica y cuidadosamente definimos la travesura. Hablamos con la secretaria general Peggy, bella sureña de voz lánguida y maneras elegantes, y la adoctrinamos del cambio de jefe, que ahora sería mi hijo Rafael. Cambiamos el nombre del presidente, que estaba en el escritorio, colocamos unas pipas de adorno y nos pusimos de acuerdo con varios bodegueros para planear una travesía en la fábrica donde fueran acercándose a Rafael, preguntándole sobre varios problemas técnicos.

Al fin llegó el día en que apareció Jorge Nakach a las instalaciones de Dalton, y lo recibimos en la puerta de la fábrica.

Rafael le dio un tour por las bodegas, donde era saludado como: “Hi, boss!”, y luego llegaron a las oficinas, donde Peggy apareció vestida con falda corta y bien maquillada. Saludó cordialmente a ambos; le ofreció a Rafael “el té de siempre” y le preguntó a Nakach si deseaba lo mismo o un mint julep, que es la bebida clásica de la región.

La sesión de ventas se llevó a cabo sin crisis, se hizo un buen negocio. No falló la suplantación del dueño, lo que, independientemente de haber logrado un buen negocio, se convirtió en motivo para fuertes carcajadas y bromas.

Nuestra estancia en Atlanta siempre me provocaba el recuerdo de la película Gone with the Wind, donde actuaba Vivien Leigh y Clark Gable, como caballero del sur, y se ve el incendio de Atlanta, cuya escena final termina con Vivien Leigh pidiéndole al orejón Clark protección para Tara, la hacienda que le pertenecía y amaba, y él le contestó con un clásico del cine: “Frankly, my dear, I don’t give a damn”… “Francamente, querida, me importa un carajo”.

Tiempo después, me enteré de que mi amigo Alejandro de la Vega estaba construyendo el Hotel Camino Real de Tijuana, por lo que le pedí que atendiera a mi hijo Rafael y le comprara las alfombras para sus instalaciones.

Me respondió con cordialidad fraterna, pues no solo quería que Rafa le vendiera las alfombras, sino que le consiguiera otros productos que el hotel necesitaba: camas, refrigeradores, televisores, etc., con tres propuestas por ramo.

Le dije: “Me parece muy bien, solo que se va a ver muy violento el hecho de que Rafael le pida a estos proveedores la consabida comisión encima de la negociación necesaria para conseguir los mejores precios”.

Alejandro me respondió: “No se preocupe, don Pepe, yo les diré que tendrán que añadir la comisión pertinente”. Todo esto abrió nuevos espacios de negocios para Rafa, y ya no solo vendía alfombras, sino todos los demás productos que el hotel requería, consiguiendo proveedores confiables.

Durante este tiempo, nos aliamos con un extraordinario vendedor de Monterrey, don Rafael Meraz, que simpático y activo logró buenos negocios que coronaba con la frase norteña “ya se hizo la machaca”, que se volvió comentario común del grupo. La relación con don Rafael se trasladó a otros negocios y ha culminado en una entrañable amistad que, afortunadamente, continúa.

Todos los negocios son aventuras y tienen sus anécdotas e historias, pero finalmente el objetivo es “que se haga la machaca”.

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