Por: Roberto Quijano Luna / Abogado. Académico. Autor
Con la llegada del nuevo presidente de México, Baja California se encuentra en un punto crucial para definir su futuro. Nuestra lejanía con respecto a la capital no debe ser vista como una simple circunstancia geográfica, sino como una ventaja estratégica que podemos y debemos aprovechar. Esta distancia del núcleo del poder federal nos otorga la oportunidad de concentrarnos en los desafíos y oportunidades propios de la región, permitiéndonos desarrollar soluciones que respondan específicamente a nuestras necesidades, sin depender directamente de las dinámicas políticas y administrativas que afectan al resto del país. Pero este beneficio no se materializará solo. Requiere de una sociedad civil activa, consciente y dispuesta a actuar en los años venideros.
Lo que está en juego es el futuro económico y social de Baja California. Tenemos grandes promesas por cumplir: nuestra cercanía con los Estados Unidos, la creciente inversión industrial y las oportunidades de comercio internacional que se abren ante nosotros. Sin embargo, estas oportunidades pueden diluirse si no abordamos con urgencia las deficiencias que nos limitan. Es aquí donde nuestra lejanía puede jugar a nuestro favor. Al estar distantes del foco de atención del gobierno federal, podemos tomar las riendas de nuestro propio desarrollo y enfocarnos en resolver nuestros problemas de manera más ágil y autónoma.
Primero, debemos reconocer que la infraestructura portuaria y logística de Baja California es una barrera importante para el crecimiento sostenido. La falta de modernización en el puerto de Ensenada, los cuellos de botella en las carreteras y la carencia de una red ferroviaria eficiente no solo aumentan los costos de operación, sino que ponen en riesgo nuestra capacidad de competir en el mercado internacional. Si como sociedad civil no presionamos para que se realicen las inversiones necesarias en estos sectores, corremos el riesgo de ver estancado nuestro desarrollo. La lejanía geográfica debe traducirse en una mayor capacidad de gestión local, donde promovamos iniciativas públicas y privadas que atiendan estas deficiencias.
En segundo lugar, nuestra posición nos permite diseñar políticas económicas y sociales que respondan mejor a la realidad de la región. Baja California tiene una economía dinámica, pero su crecimiento podría verse comprometido si no logramos crear un entorno más favorable para la inversión. Desde la sociedad civil, debemos impulsar una agenda que promueva la mejora de la infraestructura, pero también una mayor diversificación económica y la creación de empleos de calidad. No podemos esperar que las soluciones lleguen desde la capital; es nuestro deber construirlas aquí, de la mano de los actores locales.
Finalmente, está en juego la posibilidad de que Baja California se convierta en un ejemplo de cómo una región puede crecer con independencia del centro del país. Pero este camino solo será posible si como sociedad civil asumimos un papel protagonista. No podemos quedarnos en la crítica pasiva; debemos convertirnos en actores del cambio que necesitamos. Nuestra lejanía del gobierno federal puede ser nuestra mayor fortaleza si la usamos para concentrarnos en nuestras prioridades locales, desde el desarrollo económico hasta la mejora de servicios y la modernización de nuestra infraestructura.
El futuro de Baja California depende de lo que hagamos en los próximos años. Si tomamos acción, si impulsamos las reformas necesarias y si aprovechamos nuestra autonomía, podemos transformar nuestra región en un referente de desarrollo. Pero si dejamos que nuestras deficiencias nos limiten, desaprovecharemos la oportunidad que nos brinda esta coyuntura histórica.
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