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La democracia de los bobos

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Por: Enrique Camacho Beltrán / Investigador de la Estación de Investigación y Docencia, del Instituto de Investigaciones Jurídicas de la UNAM. 

El otro día, una profesora de una universidad privada se quejaba amargamente con el chofer. Se sentía muy explotada, ya que las universidades sólo le pagaban por su tiempo en el aula, pero no por la preparación, evaluación ni seguimiento de su trabajo. Es aún peor ―decía― en la educación básica y por eso los alumnos llegan a la licenciatura sin comprensión lectora.  

Pero lo que realmente la tenía muy triste es que todo esfuerzo de su parte para revertir la situación era desincentivado institucionalmente. Los estudiantes “la evaluaban” para su recontratación. Dejaban de importar sus méritos académicos y la calidad de su práctica docente y lo que más importaba era el voto estudiantil. “La democracia de los bobos”, lo llamó, porque la evaluación docente funcionaba mayormente como concurso de popularidad, que la universidad incentiva para mantener la matrícula.  

Yo no lo llamaría tan feo (por lo que expliqué en mi columna del 15 de junio), pero aparentemente el problema es que los estudiantes (y algunos padres) tienden a favorecer a profesores entretenidos y a desfavorecer a profesores académicos. El resultado es que los estudiantes salen de la licenciatura sin competencias básicas. Si pensamos que las universidades privadas alimentan a las élites que dirigen a este país, lo que vivimos es una tragedia, todo para que nuestros estudiantes no se incomoden ni se fatiguen en sus guarderías de adultos. 

 Horas después, quedó girando en mi cabeza el cómo, algunas personas creen que la regla de la mayoría es un bien en sí mismo, y no una herramienta que puede ser buena o mala dependiendo de las circunstancias. Por ejemplo, en un linchamiento la regla de la mayoría es una herramienta que no es socialmente valiosa. En una junta de vecinos, la regla de la mayoría puede ser socialmente valiosa. Elegir por mayoría a los médicos podría acabar en el desastre. Elegir a nuestros gobernantes no tanto, siempre que existan los límites adecuados al poder. 

 En la discusión sobre la Reforma Judicial, que busca que los juzgadores sean electos por voto popular, parece que mucha gente espera que automáticamente la regla de la mayoría obrará milagros. Pero como la regla de la mayoría no es en sí misma buena, no mejora las cosas por contacto; sino que lo hace sólo en las circunstancias correctas; igual que el voto por sí sólo, no mejora el aprendizaje de los alumnos.  

El problema es que sabemos que en las circunstancias que conocemos, la regla de la mayoría ha producido que nuestras autoridades electas sean dependientes del poder de los partidos, del poder del ejecutivo, del poder de las empresas muy grandes y del poder del crimen organizado. Si las circunstancias son las mismas, entonces además de todos los defectos que ya tiene el poder judicial, la reforma le añadiría los defectos de la democracia electoral en nuestras circunstancias; es decir, la reforma empeorará la situación.  

Curiosamente, las circunstancias que tienden a hacer socialmente valiosa a la regla de la mayoría tienen que ver con los pesos y contrapesos que incomodan a nuestros gobernantes y que parece que la reforma misma busca eliminar. Es decir, la democracia es mucho más que la regla de la mayoría. ¿De dónde habrá salido ese pensamiento mágico sobre la regla de la mayoría?

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