Por: Jorge Joaquín Puente Novell
Con un crecimiento del PIB de 4,8%, el pasado 2021 fue un año de recuperación económica. Cabe decir que dicha cifra no fue alentadora, pues quizá era más lo que se esperaba del llamado “efecto rebote”, o de la “recuperación en u ve” que prometía resarcir los daños causados por la recesión del 2020, año en el PIB mexicano cayó un estrepitoso 8,2%. Dado este reciente pasado, en el que ni siquiera una menor base de comparación (la base desde la que se compara cualquier cambio porcentual) pudo permitir cifras menos modestas ¿qué podemos decir al cierre de 2022, además de los datos del crecimiento?
Según el último pronóstico de Banxico, este año la economía mexicana crecería un 3%, cifra que se reajustó al alza en repetidas ocasiones por este y otros organismos, reflejando un desempeño mejor que el esperado para la economía. Vemos pues, algo de optimismo, pues de ser así, estaríamos llegando ya a niveles prepandémicos. Sin embargo, continuamos con cifras no tan alentadoras en materia de inflación: según el conjunto de los grupos de análisis consultados por Banxico, el año terminará con un 8,36% de variación en el INPC, lo que trae como consecuencia un recrudecimiento de las tasas de interés. No es noticia que este patrón de crecimiento acelerado en el nivel de precios comenzó a gestarse con la Covid-19; en particular, con las disrupciones en las cadenas de suministro debido al cierre de las economías, situación que derivó en múltiples choques de oferta (escasez) y, por ende, en un aumento generalizado de los precios. A pesar de que las actuales presiones inflacionarias tienen un origen más diverso y complicado, como la guerra en Ucrania, se espera que la inflación se normalice más hacia adelante.
Por otro lado, y en cuanto las cuestiones netamente domésticas, continúan los aumentos en el salario mínimo. Dicha política de aumento acelerado en este indicador base de la economía supone un hito tras décadas de virtual estancamiento, por lo que la situación ha estado sujeta a controversia. El argumento para mantener un salario mínimo por debajo no solo de estándares internacionales, sino incluso para estándares de América Latina, no podía girar en torno a otra temática que, precisamente, la inflación. No obstante, la evidencia disponible demuestra que dichos aumentos, materializados desde el 2019, no se han traducido en un incremento de precios, lo cual estaría en línea no solo con una política consensuada con los círculos empresariales, sino con las investigaciones que le valieron el Nobel de economía el año pasado a David Card. En otras palabras, que los aumentos no han sido perjudiciales para la economía y no necesariamente lo son, como tradicionalmente se pensaba.
En resumen, y mediante una recapitulación de sus principales indicadores, el clima económico al cierre del año queda plasmado por la recuperación que venció pronósticos, quedando hacia adelante, hacia 2023, una
tasa de crecimiento más normalizada. Así, parecería ser, que este año marcaría el fin de las tasas de crecimiento aceleradas que logran recuperar los puntos perdidos durante la recesión del 2020. Lo mismo se podría decir de la inflación que, si bien termina el año con cifras elevadas, se espera que su nivel de aumento también se normalice, dando paso a un poder adquisitivo mucho menos mermado en el futuro cercano. Por último, se descarta que los aumentos salariales signifiquen presiones adicionales, si acaso motivando la recuperación del ingreso de las familias que lo perciben. Finalmente, decimos que se tiene un buen cierre de año, uno en el que nubes borrascosas quedan atrás y el horizonte se disipa, dando paso a tiempos de mayor estabilidad.
Comments