Avanzamos hacia una tormenta perfecta, donde los daños ocasionados son difíciles de calcular
ESTÁ CLARO QUE EL GOBIERNO DE LOS ESTADOS UNIDOS puede ayudar a que la economía mexicana se hunda en una mayor crisis económica, si es que así lo decidiera quien ocupe la oficina oval de la Casa Blanca, después de las elecciones de noviembre próximo.
Y es que la economía mexicana se encuentra prendida de alfileres después de la fuerte caída de los ingresos por exportaciones petroleras, que ha hecho que ahora se incremente la dependencia de los dólares provenientes de los mexicanos que viven en el extranjero o mejor dicho en los Estados Unidos, que vía remesas enviaron en el 2015 casi 25 mil millones de billetes verdes a sus familiares en el país.
Este ingreso que proviene de nuestros connacionales es hoy el mayor a lo que se capta por la venta de petróleo, sólo por debajo de la captación por las actividades turísticas y las exportaciones de manufacturas.
Según cifras oficiales, de enero a julio de 2016, las remesas de los mexicanos en el exterior sumaron 15,390 millones de dólares, con un incremento de 7.5 por ciento respecto al mismo periodo del año pasado, y se espera que podrían llegar a más de 26 mil millones de dólares.
El gobierno mexicano está consciente de esta gran debilidad estructural de la economía nacional y que el paquete de reformas que promovió en los primeros años de la presente gestión no dieron los resultados esperados, si acaso han ayudado a mitigar un poco el impacto de la contracción de la economía internacional, pero las expectativas eran otras.
En este marco, la reciente visita del candidato republicano a la presidencia de los EEUU, Donald Trump, a invitación de Enrique Peña Nieto, y que para muchos ha significado su suicidio político, cobra un sentido histórico, pues permite vernos ante el espejo, tal y como estamos ante la principal potencia económica, encarnada en el rostro grotesco de este candidato que sabe bien que en un momento dado puede hacer que el valor del peso se deprecie aún más.
La verdad es que ahora, México depende en gran medida de los poco más de 11 millones de connacionales que residen en los Estados Unidos y que envían parte de sus ingresos a sus familias para cubrir diversos gastos. Por ello es que adquiere mucha importancia que la relación en entre ambas naciones y gobiernos sea lo más armoniosa posible. Lo que no está claro es la estrategia que se debe seguir para lograr que esta relación sea la correcta.
No se ve cómo se podría lograr que en medio de una crisis del sistema presidencialista mexicano, que por larga vida logró acumular todo el poder en una persona y que hoy se invierte en sentido negativo.
Efectivamente estamos avanzando hacia una tormenta perfecta, donde los daños ocasionados son difíciles de calcular.
Quizá lo bueno de la visita de Donald Trump fuese que permitiese generar una reflexión sobre la situación real de nuestro país y la urgente necesidad de atender asuntos de orden prioritario con una agenda que en primer término privilegie la búsqueda dela conciliación y la unidad nacional, más allá de los intereses de facción o de partido.
No estamos en el mejor momento de nuestra historia, más bien, pareciera que el ciclo de los sucesos del Siglo XIX se quiere volver a repetir con la diferencia de que ya sabemos de cuáles fueron los resultados de la ausencia de los consensos fundamentales que nos unen como nación.
Víctor Islas Parra
/Estampida de los Búfalos
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