El entrevistado se llama Bertoldo Martínez Cruz, médico de 59 años, y es el líder del Movimiento Popular Guerrerense, organización de base de la izquierda radical mexicana. En 1999 fue detenido por su actividad como mando guerrillero y encarcelado en el penal de máxima seguridad de Puente Grande, en el estado de Jalisco. Ingresó en la galería número 3, la misma en la que estaba Joaquín Guzmán, alias “El Chapo”, capo del cártel de Sinaloa. El militante de la subversión y el barón de la droga acabaron trabando amistad. – El relato corresponde al periodo de encarcelamiento de El CHAPO antes de su primer escape del Penal de Puente Grande en Jalisco.
–¿Cómo conoció “El Chapo” Guzmán?
–Yo salía de estar dos semanas en el centro de observación y clasificación de Puente Grande, donde me catalogaron con el grado de alta peligrosidad, el mismo que tenía Joaquín. Entró en mi celda y me dijo: “Que muchos huevos, ¿no?”. Yo me le quedé viendo, chaparrito él, ojos claros, muy vivo, muy listo, y le contesté: “Pues son dos los que me traje”. Luego preguntó: “Quiero que me digas a cuántos guachos (militares) mataste en Guerrero”. Y yo le respondí: “Si no se lo dije a los guachos que me torturaron, tampoco te lo voy a decir a ti”.
–¿Y no se molestó?
–Para nada. “Ya me estás gustando”, dijo, y preguntó mi nombre. Se lo di, le pedí el suyo y él se presentó: “Soy Joaquín Guzmán Loera”. Encontrarle fue sorpresivo, yo no sabía que él estaba en esa cárcel. “Te he leído en la prensa”, le dije. Y ahí me di cuenta de quien se trataba. Luego siguió: “¿Hay mota (mariguana) en Guerrero?” y le contesté: “¡Por chingo!”. “Porque ya quiero salir a trabajar, he gastado mucho dinero en mi defensa”, se lamentó. “¿Cómo cuánto?”, pregunté. “Unos 300 millones”, soltó. Nunca supe si eran pesos o dólares.
Qué sucedió después de ese primer encuentro?
Yo y tres compañeros éramos los únicos presos políticos en Puente Grande y los custodios nos trataban muy mal. Nos humillaban, aplicándonos la carrilla (tortura psicológica) frente a los demás presos. Nos revisaban desnudos hasta 18 veces al día, nos daban de comer aparte, nos obligaban a desfilar con la frente baja… Al cabo de un tiempo, Joaquín nos gritó: “¡Alcen la cara, guerreros!” y protestó con los funcionarios de la cárcel. “Ellos son mis amigos, dejen de hacerles eso”, les dijo. También consiguió medicinas para uno de nosotros que estaba enfermo. Era un hombre solidario, humanitario.
–¿“El Chapo” gozaba de privilegios?
–Sólo dos. Era el único que tenía teléfono celular y el único que recibía prensa: el diario La Jornada y la revista Proceso [ambas, publicaciones de izquierda]. Al resto nos lo tenían prohibido.
–¿Y mujeres?
–Nunca las vi entrar. Sólo en una ocasión escuché que iban a rifar a una mujer para los que estábamos en el módulo 3. Pero nosotros, como presos políticos, no podíamos inmiscuirnos en esas cosas. Y no porque fuéramos unos santos…
–¿Cuál era la actitud de los guardias hacia “El Chapo”?
–De muchísimo respeto. Se dirigían a él como ‘Don Joaquín’ y cuando no estaba presente le llamaban ‘El Señor’.
–¿Y la de él hacia los guardias?
–Respetuosa. Ni con autoridad ni desprecio. No era prepotente, más bien sencillo.
–¿Usted realizaba actividades con “El Chapo”?
–Jugábamos a basquet, dominó, rummy (cartas)… Y también a ajedrez. Él era bueno para eso. Además íbamos a la escuela de forma obligatoria, comenzando desde primero de primaria. Nos decían que era para “reeducarnos”. Joaquín no tenía la secundaria completa y en la cárcel terminó hasta bachillerato. Tenía un buen nivel intelectual y era muy leído.
–¿Hablaban de política, del narco?
–De política, en general, y en ese tiempo el narco era otra cosa; no había la violencia de ahora. Pero él tenía cierta conciencia social y consideración hacia la gente pobre. En la cárcel ayudaba a los que no tenían recursos.
–Los cárteles y la guerrilla de Colombia hacen negocios y mantienen alianzas estratégicas. ¿Guzmán le propuso algún trato parecido?
–No exactamente. Aunque una vez me comentó: “En lugar de estar aquí, encerrado, mejor me hubiera ido a la sierra con ustedes y les hubiera financiado”. En otra ocasión, ya cerca de las elecciones presidenciales del 2000, me hizo una propuesta. Él sabía de nuestros vínculos con el PRD (Partido de la Revolución Democrática), que llevaba de candidato a Cuauhtémoc Cárdenas. Vino a preguntarme quien iba a ganar y yo le respondí que Cárdenas. “¿No será el señor de las botas?” (Vicente Fox, candidato de la derecha), dijo. Yo se lo negué, aunque luego así fue. Entonces me ofreció: “Dile a ‘Témoc’ que, si quiere ganar, trate con nosotros”. Nunca lo hice.
–¿Quién salió primero de la cárcel?
–Fui yo, en el 2000, y Joaquín me anunció la fecha. “Te vas el 6 de abril”, me dijo. Y así fue. También me pidió que cuando él saliera, yo le recogiera. Entendí que me quería armado… “Gente que tira plomazos, tengo a montones, pero no tengo el poder que tu tienes, el del prestigio. Voy a salir siendo amigo de Bertoldo Martínez”, me dijo. Yo sentía el deber moral de hacerlo, como agradecimiento hacia él, por habernos defendido. Pero no sucedió así: en el año 2001 se fugó.
–¿Le gustaría volver a verle?
–Sí. Para echarme una buena plática con él. Preguntarle por qué tanta crueldad, tantas muertes inocentes. Y pedirle que utilice su poder y su dinero para ayudar a la gente.
Vanguardia – Sin Embargo
Entrevista por Elisabet Sabartés corresponsal de La Vanguardia
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