Por: Roberto Quijano Luna
Una de las leyes fundamentales de la ciencia indica que la materia no se crea ni se destruye, sino que se transforma. En el caso de Tijuana, ésta es una ciudad en permanente proceso de transformación. Aunque aquí sí sea visible algo de destrucción de lo viejo para dar paso a la construcción de lo nuevo.
Pregúntese qué queda de la antigua Tijuana. Hemos derribado el Antiguo Toreo, la Puerta México y diversas edificaciones históricas. Por lo general, soy partidario de preservar lo viejo en aras de mantener una identidad cultural.
El caso de Tijuana es más complicado que el de otras ciudades antiguas, dígase Florencia o Toledo, cuya esencia son los siglos de historia por los que han pasado y aún permanecen. En nuestro México de igual manera tenemos ciudades antiguas y localidades, como la capital de Guanajuato, Campeche o Zacatecas, donde es clara la importancia de preservar el patrimonio histórico.
Recorriendo las calles de Tijuana me pregunto qué recuerdos del pasado preservamos, cómo esto comunica nuestra identidad del presente y el rumbo del futuro. En este caso, se percibe una ciudad con dos caras. Por una parte, aquella que busca insertarse en el mundo global moderno con sus edificios, centros comerciales y demás desarrollos dignos del siglo XXI. Por la otra, aquella que se aferra a un pasado resistente a cualquier proceso de cambio.
Ésta es una realidad palpable en los recientes desarrollos que vemos a lo largo de la ciudad, pero también es una buena metáfora de los ciudadanos que habitan este lugar. No es suficiente contar con todas estas nuevas edificaciones, sino además llenarlas de los hombres y mujeres más talentosos y ambiciosos.
En sus memorias, el fundador de Singapur Lee Kuan Yew escribió como su país pasó por una situación similar a la nuestra. En este caso pasar de ser un pantano problemático a una próspera metrópolis. La apuesta principal fue educar y capacitar al capital humano que tenían. No había de otra más que aprovechar el potencial de su gente al máximo para construir una sociedad con orden y progreso.
Tijuana se enfrenta al reto mayúsculo de preparar a su gente para el desafiante siglo que vivimos. Poco a poco vamos construyendo la infraestructura necesaria para asegurar nuestro desarrollo; sin embargo, nada de esto nos sirve si no tenemos a los mejores cuadros ejecutando esta visión de prosperidad y progreso.
Como escribí al inicio, Tijuana se encuentra en permanente transformación; ahora es esencial transformar a su población, prepararla para los grandes retos que tenemos por delante. De lo contrario, corremos el riesgo de tener una fachada bonita, pero nada por dentro.
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