POR: EUGENIO «GENE» CARRASCO
“El mes de noviembre me hace sentir que la vida está pasando rápidamente”, decía Henry Rollins… y vaya que tenía razón. Mientras escribo las líneas de lo que es la penúltima columna de este año, y logro sentir esa conexión que he tenido con ustedes durante cuatro décadas en CAMPESTRE, el gélido cielo parece caer de manera torrencial en mi amada Tijuana.
No para de llover, y ese sonido que salen al caer y estrellarse las gotas se mezcla con la magia de Procol Harum al tocar “A whiter shade of pale”, una clásica melodía que suena de manera suave en una bocina cercana a mi escritorio.
Y con ello, es invariable el arribo a mí, de ese sentimiento que nos suele acompañar al llegar estos días, justo cuando nuestras cargas físicas y emocionales merman o se acrecientan.
¿Han sentido alguna vez esa nostalgia y alegría de noviembre, cual simbiosis que se bifurca de manera salomónica en nuestros recuerdos? Y es que, para nosotros -por indexación cultural- noviembre comienza con el atesoramiento de aquellos que amamos y que ya no se encuentran entre nosotros.
Ahí, el color naranja, esa llamativa guía que se profesa entre huertos, altares, catrinas y panteones, nos envuelve con el olor del cempasúchil, y el aroma de las comidas o bebidas que preparamos para que los que ya no están aquí, gustosos nos visiten.
Pero al final, debemos reconocer que la muerte, la única muerte de la que ya no hay retorno, llega por olvido; ese que nos duele reconocer, pero que en la combustión de nuestros silencios sabemos que es la muerte de verdad y de la que ya no existe ofrenda que haga regresar.
Y discúlpenme ustedes, porque tal vez me estoy desviando de lo que es una editorial convencional, pero ante lo que en ocasiones el destino nos presenta, es siempre mejor escribir lo que se siente, porque se convierte en una catarsis de vida y se es más sincero con el lector, y eso es simbólico y hermoso.
Pero veámoslo también desde el otro lado, inevitable es también pensar que en noviembre tenemos fechas para disfrutar de una cena, acompañados de los que nos nutren con su presencia al compartir el vino y el pan.
Que en noviembre nos preparamos para darle la bienvenida a ese aire decembrino de la Navidad que nos comparte la magia y calidez que nos resurge la esperanza hacia un nuevo porvenir.
Disfrutemos todo ello, cantemos, riamos, abracémonos y que no nos detenga decirnos lo que nos queremos o amamos.
Es tal vez lo único aconsejable que yo les puedo decir con total atrevimiento.
Y mañana, después de que ustedes me hagan el honor de leer esta columna, será otro día. Tal vez ustedes estén lejos de sus casas, en el lobby de un hotel, en el aeropuerto o en su oficina.
Mientras, yo trataré esta noche de descifrar lo enigmático de “A whiter shade of pale”, porque definitivamente no hay dudas a lo dicho por Henry Rollins, noviembre me hace sentir que la vida está pasando rápidamente, y si de algo tengo la certeza, es de disfrutarla, con la guía de mis amados seres queridos.
Espero que ustedes lo hagan igual que su servidor.
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