EN LA ADELANTADA víspera de 2018 se habla ya de una posible reforma electoral que haga frente a dificultades percibidas en las últimas elecciones o en las que se prevén para las venideras: judicialización, causales de nulidad, deficiente fiscalización, fraccionamiento del voto, reglamentación de los “independientes” y más. Hay, sin embargo, un tema poco tratado. El apoyo del presidente en turno y su gabinete a quien resulte ser candidato del partido en el gobierno, en este caso, del PRI.
Quizá algo se pueda aprender de nuestros vecinos del norte. Ahora que con tanta atención seguimos las elecciones de Estados Unidos, he escuchado decir una y otra vez a amigos y colegas que el apoyo de Obama a Hillary Clinton ha sido y seguirá siendo crucial. Que fue fundamental en la Convención Demócrata y que será aún más importante en los días de campaña que restan hasta el 8 de noviembre.
En el discurso de Obama en la Convención, el presidente presentó un recorrido de todo lo que hizo el Partido Demócrata en los últimos ocho años. Presumió los logros de su gobierno. Todo, para apuntalar a la candidata. Llenó de elogios a Hillary. Llegó al punto de decir que, de ser electa, Estados Unidos tendría a la persona más capacitada y preparada que jamás el país hubiese tenido en su historia.
También hizo un feroz ataque al contrincante del partido opositor. De Trump apuntó: es un empresario que ha dejado en su camino a trabajadores sin paga y a muchas personas sintiéndose engañadas, que miente y explota el miedo. Pide a los electores que se unan a él, que se resistan al cinismo de Trump y rechacen el miedo que quiere infundir. Concluye diciendo: “Necesitamos salir y votar por el Partido Demócrata para todos los cargos y después hacerlos responsables hasta que hagan el trabajo prometido”. Entre los que favorecemos en México la candidatura de Clinton no he encontrado una sola crítica a la actuación de Obama.
Por el contrario, se ha visto con beneplácito la manera en que Hillary se disparó en las encuestas en parte gracias a Obama. Regreso a México. ¿Se imaginan al presidente Peña Nieto hablando en favor de su partido, haciendo campaña en favor de su candidato ollamando a votar por el PRI? ¿Podría la primera dama apoyar a un contendiente? ¿Qué ocurriría si en campaña, por ahí de abril de 2018, Peña presumiera sus logros? ¿O si dijera que de llegar M. Zavala a la Presidencia,
México se iría a la ruina, que AMLO sería un peligro para México oque un “independiente” sería una catástrofe? La oposición protestaría sonoramente diciendo que es competencia desleal, la mayoría de los formadores de opinión se lo comería vivo, el INE lo amonestaría, el Tribunal tendría que anular la candidatura del PRI y quizá hasta quitarle el registro al partido. Habría quien se aventuraría a pedir juicio político al presidente.
Puede decirse que Estados Unidos no es lo mismo que México. De acuerdo. Además son muchas las críticas que pueden hacerse al sistema electoral de ese país.
Pero el apoyo de los gobernantes en turno a los candidatos de sus partidos es más bien una constante que una excepción en todas las democracias. En lugar de mantener esta absurda regla que junto con la prohibición de campañas negras es violatoria de la libertad de expresión, deberíamos enfilar las baterías a combatir el uso y mal uso de los recursos de procedencia ilícita y dejar que cada quien diga lo que convenga a sus intereses.
POR: María Amparo Casas
/Articulista Invitada
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