No son simples accesorios ni piezas decorativas. Se trata de objetos impresos en tercera dimensión.
Para muchos, poder llevar una corbata de moño o unos aretes materializados a partir de un boceto digital que cobran vida en una impresora similar a un pequeño horno aun despierta incredulidad, pero el diseñador industrial mexicano Raúl González III sabe que el último grito de la moda a veces sólo tiene eco cuando viene acompañado de tecnología.
La gente «lo ve en las noticias, tiene la noción de lo que es: que produces algo rápidamente y muy cool, pero no entienden exactamente cómo funciona», dijo González sobre las impresoras 3D en una entrevista reciente. «Cuando leen o escuchan de la tecnología se maravillan, mas sienten que están lejos de eso, sienten que está sucediendo sólo en el primer mundo».
Desde el 2012, el mexicano ha buscado diluir las barreras de la impresión 3D a través Morfológica Nacional, que define como «una casa donde se estudia la forma» y en donde ha podido desfogar su creatividad y acercar a la gente al diseño tridimensional al comercializar en internet productos que van desde los 190 pesos (unos 12 dólares) por unos pendientes hasta los 1.100 pesos (71 dólares) por una lámpara.
El director creativo de la firma indicó que no buscan ser una simple casa comercializadora de artículos impresos.
«No queremos que la marca se identifique como una marca que hace impresión 3D, sino que comunique una pasión por la forma», explicó. «Somos una marca mexicana y es diseño originario de México pero no es diseño con tintes mexicanos, sacamos elementos urbanos de México pero no somos una Frida Kahlo en 3D».
Aunque su aplicación comercial es reciente, las primeras impresoras 3D surgieron en los 80 y en la última década que se han vuelto más accesibles. Su aplicación incluye la creación de prótesis.
González III recordó su primer encuentro con una de estas máquinas en 2007, cuando se enfrentó a una impresora «extremadamente torpe» con la que creó una vajilla para personas con alguna afección motriz.
«La tenías que vigilar mientras trabajabas, si no se podía incendiar», recordó entre risas sobre las casi 30 horas que acampó en su universidad para esperar la impresión. «Me apasionó la tecnología porque me permitía tener en horas un objeto que salió de la nada de un modelo tridimensional, tenerlo en físico».
El proceso actual puede tomar desde media hora por una corbata de moño hasta unas cinco horas para una lapicera de un complejo diseño.
Todo comienza con un boceto tradicional que es modelado en 3D y sometido a una prueba de concepto digital donde un programa de computadora simula la impresión y verifica que las superficies se puedan materializar con la aplicación de ácido poliláctico en capas. Una vez aprobado, se pasa a un programa de «rebanado» que le dará a la impresora instrucciones en cuanto a la cantidad de material y la forma en que lo debe de ir vaciando en cada nivel para conformar el objeto, que además es biodegradable.
Aunque calificó imprimir en 3D como «mágico», indicó que el proceso tiene algunos límites que incluyen condiciones de clima, procesos que deben realizarse manualmente y educar al cliente, quien suele relacionar la textura final del objeto (similar a plástico) con algo barato.
«Esa percepción es con la que hemos tenido que luchar un poco», indicó.
Pero las metas de Morfológica Nacional se han solidificado: la casa de diseño será relanzada en octubre gracias a una inversión privada que ha permitido sumar a los diseñadores industriales Gabriela Rueda y Daniel Aquino y al arquitecto Josafat Salas. Esto permitirá adquirir más impresoras 3D y expandir sus accesorios de moda a corbatas, prendedores y collares, además de comenzar a crear piezas de mobiliario.
«Vamos a ser, quizás como un Ikea mexicano», se aventuró González III.
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