Estuvo en posición fetal durante mucho tiempo mientras intentaba descubrir si estaba viva o muerta. No escuchaba ni veía nada. Sobre ella, se acababa de derrumbar la Ciudad de México. Tenía 16 años y hacía solo ocho días que había llegado al país con su familia. El edificio donde vivían se desplomó mientras se vestía para ir a la escuela. Sara Blanco, nacida en Ourense (Galicia) en 1969 sobrevivió. Este 19 de septiembre recuerda la tragedia que hace 30 años asoló a la capital mexicana.
Podía respirar, pero era un aire húmedo, lleno de polvo. No se movió hasta que volvió a hacerlo la tierra. En ese momento, decidió que tenía que salir de ahí como fuera. Y comenzó a subir hacia la claridad que atisbaba entre los escombros. Sabía que estaba subiendo porque le costaba mucho esfuerzo. Se agarraba de restos del edificio, de cadáveres que usaba como palanca, de coches. Consiguió sacar medio cuerpo por un pequeño hoyo. No sabía si había sido un terremoto o se encontraba en medio de una guerra. “Cuando estaba fuera pensé que se había acabado la ciudad, que todos esos escombros era toda la Ciudad de México”.
Horas antes se disponía a empezar su nueva vida en una ciudad diferente. Había llegado con su familia a vivir a México por los negocios de su padre. Estaban felices de poder vivir juntos y el máximo miedo de Sara era cómo se iba adaptar en la escuela. La mañana del 19 de septiembre solo estaban despiertas su madre y ella, que en el momento del terremoto llevaba puesto la mitad del uniforme. Su padre y su hermano estaban en la cama. Eran las siete de la mañana. Sus padres, que ya habían vivido en México, no se asustaron en un principio cuando notaron que todo bajo sus pies se estaba moviendo. Hasta que una de las paredes que comunicaban con el piso de al lado se desplomó. El padre de Sara le dio las llaves para que abriera la puerta. Ella salió primero, desde el descansillo del piso de abajo logró ver por última vez a su familia. “Entonces, se derrumbó todo”.
Tenía 16 años y estaba sola en un país que no era el suyo. No conocía a nadie, no sabía a quién podía localizar. Y comenzó a caminar desesperadamente por la ciudad destruida con la esperanza de que alguien la reconociera. “Caminé muchísimo. En todo ese trayecto la gente me miraba raro, espantados. Nadie me ayudó. No se lo tomaré nunca mal, todo el mundo estaba en pánico, su objetivo era huir”. Ella en ese momento no lo sabía, pero tenía la clavícula y una pierna rota. Y estaba sangrando. Cuando se dio cuenta de que no tenía forma de comunicarse con nadie regresó, convencida de que estarían todos fuera a su vuelta. Si ella había podido salir, su familia también lo habría logrado.
Pero allí no había nadie. “El Gobierno habló entonces de unos 3.000 muertos. Estoy segura de que solo en mi colonia [barrio] murió esa cantidad”. Sara recuerda con dolor el lado más oscuro de esa tragedia. “Había una rapiña tan asquerosa, tan fea, era un abuso lo que hacía la gente. Incluso los mismos policías. De ahí no salían ni vivos ni muertos, pero salía ropa, estufas, todo les servía”. Hacía frío y alguien le ofreció una manta: “Son 8.000 pesos”. La abrió y se cayó un papelito que rezaba: “Para los damnificados”.
La misma noche del terremoto un grupo de rescate que surgió de manera espontánea conocido como Los Topos logró sacar a su madre con vida. “Eran unos muchachos muy jóvenes que hacían mucho más que las máquinas. Los vi trabajar unidos, sin quedarse con nada, su única meta era sacar gente con la esperanza de que estuviera viva”. Su padre y su hermano permanecieron muertos bajo los restos del edificio hasta que el 30 de septiembre Sara pudo reconocerlos.
Consiguieron enterrarlos con la ayuda de unos amigos de la familia. No obtuvieron el permiso de Sanidad para llevar los cuerpos a España. Y entonces Sara y su madre se vieron en la calle, sin documentos. “Aunque salieron noticias en España sobre nuestro caso, la embajada española jamás vino a preguntar por nosotras”.
Tras varios años de burocracia, consiguieron recuperar su nacionalidad española. Las dos se quedaron en el país donde enterraron a sus familiares y continuaron con su vida. La madre falleció hace dos años. Sara está casada y vive en México. Cada vez que tiembla siente miedo. “Tengo que salir de donde estoy. No supero el trauma de haber estado enterrada viva”.
Diario El País
20 de septiembre 2015
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