Por: Roberto Quijano Luna
En México, la clase media alta y la alta no poseen una vocación aristocrática en el sentido tradicional. En lugar de asumir un rol activo en la mejora social y cultural, estos grupos tienden a concentrarse en el manejo de sus intereses financieros y el consumo ostentoso. Este enfoque contrasta profundamente con las preocupaciones y realidades del ciudadano promedio, un hecho que se vio reflejado claramente en los resultados de las recientes elecciones en el país.
El triunfo abrumador del partido Morena en las últimas elecciones representa un indicativo claro de esta desconexión. Morena, al mantenerse en el poder, demostró que su enfoque en los programas sociales y su retórica de estar “escuchando al pueblo” ha resonado profundamente con la población general. Estos programas, muchos centrados en subsidios directos a determinados grupos sociales, han generado un sentido de representación entre las clases más desfavorecidas. Muchos ciudadanos sienten, tal vez por primera vez, que sus voces son escuchadas y que sus necesidades están siendo atendidas directamente por el gobierno.
En contraste, las recientes campañas de los partidos de oposición parecieron reflejar y, en cierto modo, perpetuar la lejanía de las élites. Frecuentemente centradas en temas que resuenan más con preocupaciones empresariales o de seguridad nacional. Estas campañas no lograron conectar con las urgencias diarias del mexicano promedio, tales como el acceso a servicios básicos, empleo digno y seguridad económica personal. Esta desconexión se manifestó no solo en una retórica que a menudo parecía alejada de las realidades cotidianas, sino también en un enfoque político que muchos percibieron como desconectado de las necesidades de la población.
Esta situación subraya la creciente brecha entre las élites y la población general. Mientras las élites pueden permitirse ignorar las dificultades económicas y de seguridad gracias a su posición, la mayoría de los ciudadanos depende de soluciones concretas a estos problemas, soluciones que perciben están siendo ofrecidas por Morena.
En este contexto, es crucial que las élites reconsideren su papel en la sociedad mexicana. La transformación necesaria implicaría un cambio desde una acumulación de riqueza aislada y un consumo conspicuo hacia una participación más activa y consciente en los desafíos reales que enfrenta el país. Contribuir de manera efectiva al bienestar general podría no solo mejorar la percepción de las élites, sino también ayudar a cerrar la brecha que las separa de la población general del país.
Finalmente, el desafío es cómo incentivar o motivar a estas élites para que adopten un enfoque más comprometido. Desarrollar una cultura de responsabilidad social que vaya más allá del asistencialismo y que se enfoque en soluciones duraderas y transformadoras para los problemas nacionales, podría ser un paso fundamental hacia una sociedad unida y próspera.
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