El púgil estadounidense Floyd Mayweather Jr. usó hoy la última rueda de prensa de ‘la Pelea del siglo’ para pedir a los aficionados comprar la señal de televisión en tanto que el filipino Manny Pacquiao optó por dar su testimonio de fe y superación, todo en un clima de buenas maneras y educación.
El combate programado para este sábado en el Hotel MGM Grand de Las Vegas (Nevada) alcanzó una marca de cien dólares para quienes quieran llevar la señal de televisión a su casa, y en el global debe dejar unos ingresos cercanos a los 500 millones de dólares.
El ambiente de amabilidad apenas fue alterado por una breve escaramuza dialéctica entre Bob Arum, representante de Pacquiao, y el presidente de Mayweather Promotions, Leonard Ellerbe.
Si Pacquiao prefirió aprovechar los micrófonos para recordar sus orígenes humildes y de miseria en Filipinas y consagrar a Dios su ascenso a la fama, su preparador, Freddie Roach, decidió cambiar su discurso inicial, en el que advirtió a Mayweather Jr. le «iban a patear el trasero», y desear suerte a los contrincantes.
«No importa cual sea el resultado de la pelea del sábado, invito a Floyd para reunirnos y que conozca mis creencias», declaró el filipino, de 36 años, con un registro profesional de 5752, 38 nocauts, y campeón en ocho divisiones diferentes, el único que lo ha conseguido en la historia del boxeo.
Mayweather Jr. destacó la preparación «excepcional» que cumplió gracias a su padre Floyd Mayweather y el resto del equipo.
«Es hora de pelear ya, para eso estamos aquí. Me siento bien, me siento fuerte y estoy convencido que daremos un gran espectáculo», dijo el campeón invicto estadounidense de 38 años (470, 26 nocauts), quien en principio llamó «mono» y «amarillo» a su rival.
Mayweather se llevará una bolsa de 150 millones de dólares que podría ascender hasta los 180, dependiendo de los ingresos que se den por los derechos de televisión de pago, y Pacquiao unos 100 millones.
Pacquiao, siempre con la sonrisa en la cara, y Mayweather Jr., muy serio, ahora trabajaran en privado para el pesaje del viernes, que será el último acto público antes de subir el sábado al cuadrilátero.
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