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Historias: Niñas de13 o 14 años vendidas en Chiapas, no tienen voz ni voto.

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En una montaña de éste, uno de los municipios más pobres de México, vive Roxana, la niña de 14 años de edad que fue “comprada” en 15 mil pesos por un chamula, con el que vivió tres meses en Baalchel, pero cuando la relación se tornó difícil, decidió regresar al lado de su madre, lo que le costó varios días de prisión.

Cuando los reporteros llegan a la casa de Roxana, aún duerme. Su madre se encuentra en una vivienda cercana, con unos vecinos que se dedican a vender comida a obreros y camioneros que laboran en el banco de grava que está en la curva de Tojoltic, poblado en los límites entre Mitontic y San Juan Chamula.

La menor de ojos café, recientemente concluyó el primer año de secundaria, cuando un indígena chamula de 18 años de edad llegó a su casa para “pedirla” a su madre y su abuelo, pero como es la costumbre en los pueblos, el anciano pidió 15 mil pesos al joven.

Rosa Hernández Sántiz, de 34 años de edad, se quedó con Roxana, cuando su esposo decidió dejar la casa para vivir con otra mujer. El hombre se excusó que iría a Chalchihuitán a trabajar la parcela y se llevó a los varones.

Roxana era estudiante del primer año de secundaria, cuando conoció al joven de 18 años de edad, en el paraje Baalchel a pocos dos kilómetros del Tojoltic.

Un domingo, cuando Roxana iba al lado de su madre rumbo a la iglesia presbiteriana, cruzó la mirada con el muchacho y días después, el joven se plantó en la vivienda de la niña para “pedirla” como su esposa.

Los padres del joven chamula llevaron un garrafón (20 litros) de aguardiente, varias cajas de refresco, pan y carne para cocinarla con repollo, además de los 15 mil pesos que pidió el abuelo de la menor.

En los primeros días de enero, el muchacho llevó a vivir a la adolescente al paraje Baalchel, para que buscara leña en las montañas, hiciera las tortillas, cociera los frijoles, lavara la ropa y cuidara los borregos.

Para el mes de marzo, la relación entre el muchacho y la niña era insalvable. Roxana tenía problemas con los padres de su esposo y fue cuando decidió regresar a la casa de su madre. El joven, molesto, se trasladó a la cabecera municipal de San Juan Chamula, para hablar con el juez de Conciliación, Ricardo López Hernández, y pedirle que interviniera para que recupera los 15 mil pesos, sólo que ahora los quería con intereses, por lo que pidió 27 mil pesos.

El juez llamó a los mayoles (policías tradicionales) y les ordenó que tomaran una patrulla para trasladarse a Tojoltic, para detener a Roxana y su madre, para presionar al abuelo para que regresara el dinero que recibió cuando entregó a Roxana al joven chamula.

El domingo 9 de marzo, cuando Roxana y su madre se preparaban para ir a la iglesia presbiteriana, fueron arrestadas y subidas a la patrulla. Rosa, la madre de la adolescente, intercambió algunas palabras con los mayoles y supo que su ex yerno exigía la devolución del dinero, más lo intereses, pero ella se concretó a decir: “¿De dónde vamos a sacar tanto dinero?”.

El juez confirmó a Rosa lo que había escuchado de los policías tradicionales, pero la mujer le dijo al funcionario que era imposible para ella reunir los 27 mil pesos que le exigía su ex yerno. La autoridad le comentó a la mujer que si entregaba el dinero no sería encarcelada con su hija.

Ricardo López Hernández propuso que llamaran al abuelo, para que entregara los 27 mil pesos, pero el recurso se había gastado, por lo que Roxana y su madre fueron recluidas en la prisión que se ubica en la parte posterior de la alcaldía. El abuelo fue el que comunicó a otros familiares que su hija y su nieta estaban encarceladas.

Roxana y su madre debieron permanecer en las celdas con olor a orines y excremento, hasta que su caso se conoció y el juez ordenó su liberación después de que el alcalde Sebastián Collazo Díaz recibió una llamada de Tuxtla Gutiérrez, donde le exigían excarcelar a las mujeres.

La niña y su madre, no conciliaron el sueño la noche en que permanecieron en las celdas; sentían frío, hambre y sed. “¡Sufrí mucho!”, rememora Roxana.

Hoy Roxana y su madre sobreviven con poco dinero que obtienen en la venta de leña y tortillas. Nunca recibieron apoyo médico, sicológico ni económico de ninguna dependencia.

No existe el casamiento

En San Juan Chamula el casamiento civil o por la Iglesia nunca ha existido y para que dos jóvenes establezcan una relación, es suficiente que intercambien miradas en la calle, pero la mayoría de los casos, las muchachas jamás han visto a su futuro esposo, hasta que llegan a su casa a pedirlas.

Cuando a un joven le gusta a una muchacha, pide a sus padres que compren velas, para ir a rezar a la puerta de la casa de su futura esposa; postrarse en la entrada de la vivienda y realizar plegarias hasta por tres días y cuando los padres de la joven se conmiseran de los “pedidores”, entonces fijan la dote.

La presidenta del DIF Municipal de San Juan Chamula, Dolores Sánchez Gómez, explica que aunque la tradición ha disminuido en la cabecera municipal, en la mayoría de las 150 comunidades donde habitan más de 76 mil 941 tzotziles, según el censo del 2010, aún persiste la costumbre.

En la transición de la infancia a la adolescencia, las mujeres de San Juan Chamula son “entregadas” por sus padres para quedar al frente de un hogar, ya que la mayoría de jóvenes de ese lugar migran a la Península de Yucatán o a Estados Unidos.

Así, niñas de entre 12 y 13 años de edad, ya son madres y pese a que las formas para establecer una relación conyugal han cambiado, es decir, hay algunas que “se fugan con el joven”, la edad parece inamovible. “Aquí las mujeres desde muy chiquitas ya son madres”, explica Sánchez Gómez.

La funcionaria agrega que “los precios” para “pedir” a una muchacha van de los 10 mil a 20 mil pesos, para un joven que nunca ha salido de Chamula, pero si los futuros suegros saben que el pretendiente ya emigró a Estados Unidos, entonces la cantidad oscila entre los 30 mil a 50 mil pesos.

En ese municipio las mujeres son mayoría, pues hay 35 mil 55 hombres, por 41 mil 386 mujeres; en cuanto a la edad, de 15 a 29 años, los hombres representan 26.7%, mientras que las mujeres el 28.7%.

En el 2012, se registró el nacimiento de dos mil 719 hombres, por dos mil 826 mujeres.

Anita “N”, de 13 años de edad, fue obligada por sus padres a casarse con un hombre que nunca había visto, pues a los pocos días que iniciaron la relación el chamula se fue a Campeche para trabajar en la paraestatal Petróleos Mexicanos (Pemex).

La adolescente suplicó a sus padres que la dejaran regresar a su casa, porque no quería estar sola, pero sus progenitores advirtieron que no lo permitirían porque la gente la vería mal porque “sería una mujer dejada por un hombre”.

Después de los ruegos, la familia aceptó que Anita, miembro de una iglesia evangélica, que volviera a casa y desde hace unos meses estudia la secundaria en la modalidad abierta.

Felipe Gómez Hernández cuenta que en una ocasión cuando caminaba por el barrio de San Sebastián vio a una joven que le gustó y esa misma tarde, le pidió a sus padres que fueran a “pedirla”.

Los padres de Felipe se postraron en la entrada de la casa de la joven, hasta que los futuros consuegros abrieron la puerta de la casa, para hablar. “Felipe tiene gusto con tu hija”, dijo el padre del joven y al siguiente día llevaron el dote que consistió en un garrafón de posh (aguardiente), pan, frutas y cinco mil pesos. Era la década de los 70 del siglo pasado.

Durante tres días Felipe trabajó en la casa de su futuro suegro, en el corte de leña, aunque desde la primera noche durmió con la adolescente que sería su esposa, en la misma recámara donde también descansaban los suegros de la muchacha.

Al cabo de los tres días, Felipe llevó a la joven a casa.

Juan Gómez Hernández (a) “Juan Gallo”, cuenta que los padres del joven que se postran en la entrada de la vivienda de la muchacha, rezan a San Juan y la Virgen del Rosario, para pedirles que el “matrimonio sea bueno”.

Cuando no hay respuesta, los padres del muchacho se concretan en decir: “Regresamos mañana”, pero a veces hasta el quinto rezo los pedidores son invitados a pasar a la casa.

Además de los padres del joven, llegan los tíos, los abuelos, los padrinos, para que tomen posh —bebida fermentada de maíz— “de buena calidad”, pan, la fruta y otros alimentos.

La tradición dice que uno de los parientes del joven tiene que llevar el garrafón de posh a cuestas con un mecapal, para ser obsequiado a los padres de la novia.

La Iglesia católica ni el Registro Civil son tomados en cuenta para establecer un matrimonio en San Juan Chamula. “Aquí la palabra de los curas o jueces civiles no existe”, reseña González Hernández, porque todo es apalabrado entre los padres de los novios.

Incluso, cuando la joven es “regresada” porque no es virgen, porque “no sabe lavar bien la ropa” o “no sabe cocinar”, sus padres son obligados a regresar el dinero que entrega el joven, así como los demás gastos generados durante el proceso.

Las autoridades locales consideran que la mayoría de las mujeres chamulas, inician una relación de esta forma, sin embargo, una minoría de jóvenes; las estudiantes de bachillerato o las que son integrantes de una Iglesia evangélica, sí pueden decidir con quién casarse, pero para la “gran mayoría”, los padres son los que deciden sobre ellas.

La activista Martha Figueroa Mier, del Colectivo de Mujeres (Colem), sostiene que “cobrar por un casamiento es violatorio a los derechos humanos y lastima tanto a las mujeres como a los hombres”.

La costumbre ancestral en San Juan Chamula daña “tanto a las comunidades indígenas, como a las comunidades no indígenas”. Este tema ha cobrado notoriedad en ese municipio, porque los hombres que han migrado a Estados Unidos, regresan con dinero y se les facilita “comprar una mujer”.

Cuando un chamula “se va a Estados Unidos, una de las ideas es tener dinero para poder comprar una mujer, porque además es parte de esta idea no indígena, porque en nuestras sociedades occidentales, estaba incluso lo que se llamaban contratos dispensables, que eran los regalos que se daban antes del matrimonio; eran parte del contrato matrimonial y que se llevaba a cabo en el Registro Público de la Propiedad y no en Registro Civil”.

La investigadora de El Colegio de la Frontera Sur, Tania Cruz, sostiene que los “arreglos matrimoniales en San Juan Chamula es una tradición que ha sido parte de una cultura conservadora, que se ha vuelto en muchos casos una forma económica, para retroalimentar la tradición y la identidad cultural”.

Lucía Díaz López, una joven de Chamula sabe que en su municipio, la “mujer está desprotegida” y si no la toman en cuenta para decidir con quién debe casarse, mucho menos tiene voz y voto entre las autoridades.

Incluso, cuando sufren violencia intrafamiliar, golpes y agresiones verbales o porque el hombre tiene otra mujer, las mujeres deben callar y soportar humillaciones de su pareja.

Díaz López cuenta el caso de una joven mujer que fue sacada a golpes por su esposo, porque él tenía otra mujer, pero cuando se quejó ante las autoridades se firmó un documento donde el esposo se comprometía a respetarla, pero a los pocos días ocurrió lo mismo.

“Aquí el hombre haga lo que haga, siempre está arriba de la mujer, puede tener varias esposas y no pasa nada, pero si la mujer comete un error, entonces va a parar a la cárcel”, dice Lucía.

El Universal / Reportajes Especiales

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