By El desplome de un Boeing 787-8 Dreamliner en Ahmedabad plantea serias preguntas sobre el control de calidad en la industria aeronáutica y la gestión de riesgos reputacionales para Air India y el conglomerado Tata Group.
El 12 de junio de 2025 quedará marcado como una jornada negra para la industria aeronáutica internacional. Un Boeing 787-8 Dreamliner de Air India, operando el vuelo AI171 con destino a Londres-Gatwick, se estrelló minutos después de despegar desde Ahmedabad, India, dejando un saldo preliminar de al menos 290 muertos. Más allá de la tragedia humana, el accidente representa un duro revés para dos gigantes: Boeing, fabricante del avión siniestrado, y Tata Group, actual operador de la aerolínea nacional india.
El aparato involucrado, identificado con la matrícula VT-ANB, pertenece a una de las líneas más modernas del portafolio de Boeing. El 787 Dreamliner ha sido promovido como una solución de eficiencia y seguridad para vuelos de largo alcance. Sin embargo, la seguidilla de incidentes asociados a este modelo –desde problemas de batería hasta defectos estructurales reportados en el ensamblaje de fuselajes– ha encendido las alarmas en los últimos años.
Aunque aún no se ha determinado la causa técnica del accidente, el hecho de que la aeronave haya emitido un llamado de auxilio (“Mayday”) segundos después del despegue y luego desaparecido del radar plantea hipótesis preocupantes sobre una falla catastrófica.
De confirmarse un error mecánico o de diseño, las implicaciones para Boeing serían enormes, no sólo en términos legales y financieros, sino en la ya mermada confianza internacional hacia sus aeronaves de nueva generación.
Para Air India, adquirida por Tata Group en 2022 tras décadas como empresa estatal, este accidente representa un golpe devastador en su esfuerzo por reposicionarse como una aerolínea de clase mundial.
Desde su privatización, la empresa había iniciado una ambiciosa renovación de flota, operaciones y servicio al cliente.
Sin embargo, la tragedia del AI171 amenaza con manchar el nuevo rostro de la marca, justo cuando buscaba aumentar su participación en el lucrativo mercado de vuelos intercontinentales entre Asia y Europa.
La respuesta inmediata de la aerolínea fue establecer un centro de atención para familiares y colaborar con las autoridades, pero los expertos en manejo de crisis anticipan que el impacto a largo plazo podría traducirse en pérdida de confianza, demandas millonarias y mayor escrutinio regulatorio.
¿Un nuevo llamado a revisar los protocolos de seguridad en India?
El accidente también reabre el debate sobre los estándares de seguridad aérea en India. Aunque el país ha mejorado significativamente en términos de infraestructura aeroportuaria, incidentes como el de 2020 en Kozhikode –cuando un Boeing 737 de Air India Express se salió de pista provocando 21 muertes– ya habían dejado al descubierto deficiencias críticas. La localización del impacto del AI171 en una zona densamente poblada, cerca de un albergue estudiantil, agrava la narrativa de vulnerabilidad.
Las autoridades, incluido el propio primer ministro Narendra Modi, han ordenado una movilización completa de recursos para atender la emergencia y asegurar una investigación transparente. Sin embargo, la suspensión indefinida de las operaciones en el aeropuerto de Ahmedabad apunta a una revisión estructural más profunda.
¿Qué sigue para la industria?
Este accidente ocurre en un contexto en el que Boeing atraviesa una serie de investigaciones globales tras otros fallos recientes, incluyendo incidentes con aeronaves de la línea 737 MAX y más recientemente, inspecciones intensivas ordenadas por la FAA (Administración Federal de Aviación de EE.UU.) debido a preocupaciones por calidad de ensamblaje.
La presión sobre el fabricante estadounidense podría acelerar cambios en la regulación de procesos, la fiscalización de proveedores y, sobre todo, en la supervisión de aeronaves que ya están en operación.
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