A los 66 años, la presidenta brasileña Dilma Rousseff enfrentará en los comicios del domingo uno de los desafíos más grandes de su vida: superar la insatisfacción social con su gobierno, conquistar un segundo mandato y ampliar a 16 años el periodo del Partido de los Trabajadores (PT, centro-izquierda) en el poder.
No se trata de una misión menor, ya que a Rousseff le falta el carisma de su antecesor y padrino político, el ex líder sindical Lula da Silva, de 66 años, quien sigue siendo el político más popular del país, al punto de que sectores del PT defendían su designación como candidato, a lo que él se opuso tras su doble presidencia (2003-2011).
Rousseff llegó a la presidencia en 2010, precisamente con el apoyo de Lula, que le aseguró 55.7 millones de votos (56%) en la segunda vuelta. Pero en estos casi cuatro años en el poder debió convivir con índices de crecimiento modesto y más inflación, lo que causó insatisfacción incluso entre los 40 millones de pobres que accedieron al mercado de consumo gracias al PT.
Según el analista Reinaldo Meirelles, ese sector se siente frustrado por no ver confirmada su expectativa de mejorar su vida a un ritmo similar al registrados con Lula.
“Dilma tiene el desafío de renovar el sueño de los brasileños. Lula, por su carisma y por la mejoría económica, logró construir un vínculo emocional con la población que Dilma no pudo, también porque es muy directa, muy dura y tiene menos aprecio que Lula por la conciliación”, afirmó Meirelles, presidente de la encuestadora Data Popular, que mide la opinión pública en las clases más pobres.
Pese a que su aprobación popular se mantiene en 37%, Rousseff se perfila como favorita a ganar en primera vuelta, aunque puede enfrentar una dura disputa en el balotaje si se confirman los sondeos sr rival, la líder ambientalista Marina Silva.
Las batallas duras, sin embargo, no son ajenas a Rousseff, ex presa y torturada bajo la dictadura militar (1964-1985). En 2009 superó un cáncer linfático que puso en duda su candidatura de 2010.
Nacida en Belo Horizonte el 14 de diciembre de 1947, hija de un poeta y empresario búlgaro, Pedro Rousseff, y de una maestra brasileña, la mandataria inició estudios en una prestigiosa escuela católica, pero se decantó por las ideas marxistas. Con 17 años se unió al grupo Política Obrera (Polop).
Tres años más tarde se acercó a movimientos más radicales —el Comando de Liberación Nacional (Colina), que luego se unió a Vanguardia Popular Revolucionaria (VAR-Palmares)—, en los que recibió entrenamiento guerrillero, aunque afirma que nunca participó en acciones armadas.
En enero de 1970 fue capturada por la policía política de Sao Paulo y sometida a torturas: “Nadie sale de esto sin huellas”, admitió, y reveló que casi tres años de cárcel le dejaron problemas de tiroides.
Tras recuperar la libertad, en diciembre de 1972, Rousseff se dedicó a su única hija, Paula, y completó sus estudios de economía. Regresó a la política una década más tarde y se afilió al Partido Democrático Laborista (PDT), del fallecido líder socialista Leonel Brizola.
En los años siguientes se desempeñó como secretaria de Hacienda, de Energía y de Comunicaciones del estado de Río Grande do Sul hasta abandonar el PDT para afiliarse al PT, en 2001.
Dos años después, tras asumir el gobierno, Lula la nombró ministra de Minas y Energía, y en 2005 fue jefa de gabinete en lugar de uno de los máximos exponentes del PT, José Dirceu, ligado a un escándalo de desviación de dinero para pagar sobornos a legisladores.
Sin embargo, la reputación de Rousseff como “gran gerente” se ha visto cuestionada por el pobre desempeño de la economía brasileña y por otros escándalos de corrupción, entre ellos el de la petrolera estatal Petrobras, investigada por supuestas irregularidades en la compra de una refinería. Pese a ello, el PT confía en que el éxito de sus políticas sociales —destacado en un reciente informe de la ONU— bastará para asegurarle la permanencia en el poder hasta el 31 de diciembre de 2018.
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