Fue un cine cualquiera en el DF, hoy es imposible distinguir uno de otro, pero el público en su mayoría era femenino. Llegaron en grupos, como si fueran a una despedida de soltera o a un show de strippers; los hubo de familias enteras, desde la abuela hasta la menor, con los años suficientes para ver 50 Sombras de Grey.
Suenan carcajadas, risas nerviosas y comentarios jocosos con tintes sexuales; algunas, excitadas, hablan más alto que de costumbre hasta que las luces se apagan.
Llegaron seducidas –las fantasías comenzaron mucho antes que la cinta– cuando los libros incendiaron su imaginación. El estreno de la versión fílmica de 50 Sombras de Grey ha sido tan anhelado como la repetición del clímax perfecto.
El deseo fermentó detrás de sus ojos y debajo del ombligo, la mayoría gozó de la lectura en espacios robados a los niños, el trabajo, el marido, la vida; el encantamiento del gran seductor revivió las fantasías –o las inauguró– de quienes han sido bautizadas en el género mummy porn.
Se oyen aplausos al deslumbramiento de las primeras imágenes (¿de qué me perdí?). La sala rebosa emoción. Silencio atento de nuevo. Transcurre una trama lenta, leeeeeentaaaaaa, soundtrack “romántico y ¿sensual?”. Se oyen suspiros.
La temperatura sube sube sube: esta sala es el mejor ejemplo de laexperiencia colectiva que es el cine: ¡aaaah! ¡uuuh! ¡ooooh!
Al fin, uno de los momentos más esperados, gritos, miro atrás, ¿llegaron los strippers? No, Grey se quitó la camisa (¡tardó tanto!), su torso desnudo –solamente–, duro, brillante e ¡insípido!; de nuevo aplausos (cada vez entiendo menos).
Pienso en Nymphomaniac; comparo inevitablemente (¿por qué no siento lo mismo?, es sarcasmo). No cabe duda que cada quien trae su propia película en la cabeza. Directores todos con su propia versión de 50 sombras de Grey; del cuerpo del Grey, del de Ana; de los minutos largos en los primeros encuentros y los descubrimientos de sus cuerpos, sus humedades y temblores.
Cientos de Anas, menos los Greys, ensoñan con las posibilidades del erotismo, el miedo, el sometimiento y la dominación; columna vertebral de un guión apenas atisbado en la cinta, y ampliamente descrito en las páginas y vivido en la intimidad de la cama de los lectores.
Las imágenes se sucedieron y con ellas celebración tras celebración (más elogios ¿neta?); no importó si la cinta fue “cumplidora” o no; si hubo suficiente dolor o no; si nos quedamos con ganas de más piel; si la lección de bondage se quedó a medias…
Lo que valió fue la nueva oportunidad para hablar de sexo de forma“permitida”, y llegó con 50 sombras de Grey. Experiencia a la que se rindieron miles de mexicanas. Maravilla de la fantasía y su lejanía; y la posibilidad de acceder –física o mentalmente– a los terrenos prohibidos de las prácticas sexuales extremas, “no convencionales”.
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