El poder suele acompañarse de una sexualidad exacerbada, que a veces deriva hacia abusos castigados por la ley; en la crónica milenaria del vínculo entre sexo y poder abundan las anécdotas sobre excesos de los políticos, desde Napoleón hasta Dominique Strauss-Kahn, pasando por Kennedy o Berlusconi.
«Desde la noche de los tiempos hay algo erotizante en el poder», señala el psicoanalista Jean-Pierre Winter.
En la historia abundan las anécdotas de alcoba. César coleccionaba las aventuras, Napoleón no podía pasar ni una noche solo, Enrique IV de Francia tuvo unas 70 amantes. Sin hablar de las conquistas de Luis XIV, o de la vida amorosa de los presidentes franceses Valéry Giscard d’Estaing, Jacques Chirac, François Mitterrand…
Durante mucho tiempo, John Fitzgerald Kennedy fue presentado como un presidente estadunidense de familia ejemplar, antes de que se revelara su sexualidad obsesiva.
El italiano Silvio Berlusconi, por su parte, no vaciló en ensalzar su virilidad exponiendo en público sus conquistas, con episodios poco gloriosos. Condenado a siete años de prisión por incitación a la prostitución de una menor y abuso de poder, fue absuelto en apelación.
Pero la dupla poder-sexo no es exclusiva de los hombres.
«Catalina de Rusia o Isabel de Baviera eran conocidas por sus múltiples amantes. Amazonas tan hipersexuadas como los hombres», afirma Jean-Pierre Friedmann, psicoanalista autor de los libros Du pouvoir et des hommes (Del poder y de los hombres) y Du pouvoir et des femmes (Del poder y de las mujeres).
Hombres y mujeres motivados por la conquista del poder tienen características comunes, afirma Friedmann: «Han sacrificado muchas cosas a su ambición. Son narcisistas y megalómanos. Piensan que el mundo depende de ellos, que son dueños de los otros. Tienen un deseo de sumisión del otro».
El psicoanalista considera que el vínculo poder-sexo es la expresión primaria «de las leyes de perpetuación de la especie», en la que «los machos se peleaban para saber cuál era el más fuerte y la mujer era atraída por el ganador». «Somos animales», sostiene, evocando nuestro «cerebro reptiliano».
De ahí a concluir que los poderosos del mundo tienen una libido fuera de lo común no hay más que un paso. Que algunos han dado, como el ex secretario de Estado estadunidense Henry Kissinger, que consideraba que «el poder es el afrodisíaco supremo».
Jean-Pierre Winter estima también que «el poder es euforizante».
En opinión de Friedmann, «poder y sexo dependen de las mismas hormonas». Las «personas sumamente poderosas acumulan tal tensión que solamente el orgasmo las relaja», argumenta.
François Krauss, del instituto de encuestas Ifop, señala que las «personas que tienen más relaciones extraconyugales están sobre representadas en las categorías superiores que tienen capital económico y éxito profesional.
«El poder, sea cual sea el tipo de poder, suscita el deseo de los otros. Esto es verdad en las empresas, en el mundo del espectáculo y en política aún más», sostiene Winter.
Explica que «una de las razones» de esa atracción «se encuentra en el imaginario». Según él, «hay una fascinación por el hombre de poder, que tiene el poder de matar. Ese hombre es tanto más atractivo cuanto no utiliza ese poder de matar».
¿El poder se acompaña siempre de una sexualidad desbocada? Winter matiza explicando que no hay que generalizar y señala el ejemplo de Charles de Gaulle, que solo tenía ojos para su esposa.
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