Roberto Gómez Bolaños (1929-2014) ha sido un emblema legendario del humor a nivel mundial. Los personajes de este cómico mexicano, que murió la tarde de este viernes a los 85 años, se han propagado con fuerza sobre todo en América Latina durante los últimos 40 años. La genialidad artística del creador del Chavo del 8 ha roto fronteras y ha unido a clases sociales. Las frases de Chespirito — mote creado por el director de cine Agustín Delgado, que veía en Gómez Bolaños un maestro del teatro, un “pequeño Shakespeare”,— se han impregnado en la cultura popular.
Fue en 1970 cuando se estrenó en la televisión mexicana la serie Chespirito, en donde se incluían algunas escenas de humor de personajes como el Chapulín Colorado (chapulín es la palabra que se usa en México para referirse a los saltamontes). Era un súper héroe torpe, siempre interpretado con un traje rojo, calzoncillos amarillos, un corazón en el pecho con las letras CH y en la cabeza dos antenas.
«Más ágil que una tortuga, más fuerte que un ratón, más noble que una lechuga, su escudo es un corazón», era el enunciado que resonaba cuando surgía ante el llamado de auxilio. «Síganme los buenos», era su grito de batalla para ir al combate de los malos. “No contaban con mi astucia”, después de esta frase daba un pequeño salto como si fuera un saltamontes. “Que no panda el cúnico”, realmente quería decir “que no cunda el pánico”, pero debido a su torpeza no lograba pronunciar correctamente. “Silencio, mis antenitas de vinil están detectando la presencia del enemigo”, decía cuando desconfiaba de algo. “Lo sospeché desde un principio”, espetaba en el momento que descubría alguna fechoría del enemigo.
En 1971, dio a luz al Chavo del Ocho, un niño pobre, huérfano y sin nombre que vive dentro de un barril de madera en el patio de una vecindad. Un gorro con orejeras, camiseta a rayas, pantalones cortos, tirantes y botas era como Gómez Bolaños interpretaba a este personaje que hacía travesuras a sus vecinos. «Bueno, pero no se enojen», decía con pena cada vez que se arrepentía de alguna diablura. «Fue sin querer queriendo», era el argumento que daba cuando trataba de explicar alguna de sus acciones. «Se me chispoteó», soltaba este crio pecoso cuando el profesor de su escuela lo descubría diciendo algún desliz.
El Pais.
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