Por: José Galicot
Estoy escribiendo un libro sobre negocios y he decidido establecer un capítulo final sobre la ética, el soborno y la corrupción. Me encuentro en una dura disyuntiva, debido, en cierta manera, al país en el que vivimos.
Hay un dicho que dice: «El que no tranza, no avanza». Por ejemplo, hay dos personajes que, simultáneamente, deciden abrir un restaurante cada uno. Ambos piden permisos y el inspector les solicita una mordida. Uno de ellos paga de inmediato; el otro decide no pagar y seguir los procedimientos normales para conseguir el permiso. Ha pasado un año y, quien dio la propina, es exitoso y le va bien, pues vende a gusto el licor para el que consiguió el permiso. En cambio, el segundo aún tiene cerrado su negocio y ha pagado, en rentas y gastos, diez veces más de lo que le hubiera costado participar en la corrupción del inspector.
Por otro lado, las empresas estadounidenses que están en la bolsa tienen prohibido participar en actos ilegales de corrupción. La burocracia mexicana lo entiende así y evita presionarlas mediante el tortuguismo, pues saben que nunca recibirán ese ingrato premio.
Se nos facilita acudir a la burocracia con cualquier trámite, dando premios con tal de agilizar los procedimientos. Sin embargo, no es ético y fomenta la corrupción. Uno de los principales generadores de corrupción es la burocracia misma, que crea diferentes procedimientos y obstáculos para fomentar permisos y trámites, lo que obliga, inevitablemente, al consumidor a pagarles.
Por ejemplo, en Ensenada, pocos tienen permisos definitivos para operar vinaterías. A muchos (la mayoría) les son renovados los permisos temporales una y otra vez, obligándolos a pagar tributos injustos. Se ha llegado a un compromiso negativo y perverso, pero que permite a las vinaterías que pagan sobrevivir sin temor a clausuras arbitrarias.
Esto se reproduce en muchas áreas de negocios, donde los inspectores buscan “chichis a las pulgas” con exagerados e inútiles requisitos de cumplimiento que hacen prácticamente imposible estar en regla. En Tijuana, se solicita a los constructores de edificios departamentales altos premios, tales como departamentos regalados, para permitirles ilegalidades o revisiones injustas.
Un poeta uruguayo regresó a su país 20 años después y le preguntaron qué encontraba de diferente en el Uruguay actual con respecto al de antes. Respondió: “Antes se compraba la ilegalidad; hoy, para hacer algo, está uno obligado a comprar la legalidad”. Curiosamente, esta historia me la contó Don Raúl Salinas Lozano, padre del expresidente Carlos Salinas de Gortari.
¿Qué hacer en el último capítulo de mi libro de negocios cuando la obligación de un empresario es, en primer lugar, que su negocio progrese (obviamente de manera legal) y, en segundo lugar, procurar el bienestar y la felicidad de sus empleados, pero de pronto se encuentra ante el dilema de dar o no dar?
Tengo cientos de ejemplos de la violación de la ética y cientos de ejemplos donde la ética ha ayudado a crecer un negocio.
Lector amigo, tengo muchos ejemplos de burócratas honestos que cumplen fervorosamente con su deber y son responsables, atentos, eficientes y amables con sus solicitantes. También tengo cientos de ejemplos de canallas burócratas que han vivido de sus triquiñuelas y abusos.
Acudo a ti, lector amigo, en busca de consejo y opinión ante esta disyuntiva.
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