Por: Wendy Plascencia / Politóloga experta en sociedad y cultura.
Habitar una frontera es, en sí mismo, un ejercicio constante de imaginación. Tijuana y San Diego, hermanas divididas por una línea geopolítica, representan una intersección de contrastes y posibilidades. En 2024, esta región alcanzó un nivel sin precedentes de reconocimiento internacional al ser designada Capital Mundial del Diseño 2024. Más que un título honorífico, fue una invitación a reimaginar nuestra relación binacional, a demostrar que la creatividad puede ser una herramienta poderosa para construir puentes entre culturas, superar desigualdades y proyectar una nueva narrativa al mundo.
Byung-Chul Han escribió que «lo sublime conmueve por su profundidad». Este año fue precisamente un acto sublime: una experiencia que no solo transformó los espacios que habitamos, sino también la percepción que tenemos de nosotros mismos y la imagen que proyectamos hacia el exterior.
Durante doce meses, el diseño se convirtió en un lenguaje común que trascendió fronteras y generó un diálogo vibrante entre Tijuana y San Diego. Pero ahora, con el cierre de los eventos oficiales, enfrentamos un desafío crucial: ¿cómo garantizar que este esfuerzo conjunto no se archive como un capítulo terminado, sino como el inicio de una nueva era para nuestra región?
El impacto de este año radica en los cimientos que se construyeron a través de la colaboración política, social y cultural de ambos lados de la frontera. Archivar lo vivido sería un error monumental. La designación como Capital Mundial del Diseño no debe ser vista como una meta cumplida, sino como un compromiso compartido entre dos ciudades y dos países que demostraron, en un acto de voluntad política, que las fronteras no son divisiones inquebrantables, sino puntos de encuentro. Esta experiencia nos recordó que el diseño no es un lujo estético, sino una herramienta estratégica que puede transformar la vida cotidiana y el desarrollo regional.
El primer desafío es garantizar la sostenibilidad de los proyectos iniciados este año. Las políticas públicas, tanto en Tijuana como en San Diego, deben priorizar la continuación de las iniciativas que nacieron durante WDC 2024. Es imperativo que las inversiones realizadas y los espacios creados no sean efímeros, sino que evolucionen para responder a las necesidades de las comunidades que los inspiraron.
La infraestructura transfronteriza también se perfila como un área clave donde el diseño puede tener un impacto duradero. La próxima apertura de la garita Otay Mesa II es una oportunidad para aplicar los principios de diseño aprendidos durante este año. Este nuevo cruce, lejos de ser un simple paso funcional, podría convertirse en un espacio que celebre la identidad binacional, mejore la experiencia humana del tránsito fronterizo y proyecte un mensaje de colaboración al mundo. Diseñar infraestructuras que prioricen la inclusión y reflejen nuestra cultura compartida será fundamental para consolidar el legado de este año.
Un tercer reto es la construcción de confianza institucional. Durante mucho tiempo, la región fronteriza ha luchado contra imaginarios colectivos que asocian a Tijuana con caos y violencia, mientras que San Diego se percibe como su contraparte ordenada. WDC 2024 nos demostró que ambas ciudades tienen más en común de lo que suele reconocerse. Este año fue una oportunidad para que las instituciones binacionales, desde los gobiernos hasta las organizaciones civiles, demostraran su capacidad de trabajar juntas en proyectos transformadores.
En el plano económico, la continuidad de los esfuerzos iniciados es también una oportunidad para fortalecer la economía creativa. Invertir en programas de formación para jóvenes diseñadores, fomentar la exportación de talento local y crear redes de colaboración internacional son pasos que no solo fortalecerán nuestra competitividad, sino que también garantizarán que las generaciones futuras encuentren en el diseño una herramienta para el cambio social.
El verdadero legado de ser Capital Mundial del Diseño no radica únicamente en los eventos celebrados, sino en las voluntades políticas, sociales y económicas que hicieron posible este reconocimiento. Ahora, el reto consiste en mantener viva esta voluntad, en construir políticas públicas que prioricen el diseño como herramienta de desarrollo, en fortalecer los lazos entre nuestras ciudades y en demostrar que el diseño no fue un fin en sí mismo, sino el inicio de una transformación sostenida.
Ahora, el reto no es solo mantener esa luz encendida, sino hacerla crecer, hasta que el mundo no solo nos vea, sino que nos reconozca por lo que realmente somos: un puente entre lo bello y lo sublime, entre lo local y lo global, entre lo que logramos en 2024 y lo que seguiremos construyendo.
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