Tal vez sea difícil encontrar la manera exacta de definir a Joseph Sepp Blatter. The Daily Mail le llama el “gnomo engreído e hipócrita de Zúrich”. The Guardian, “el más brillante dictador no asesino del último siglo”. En abril, durante la reunión anual de los representantes de Norteamérica y Centroamérica en la FIFA, Osiris Guzmán, máxima autoridad del fútbol de la República Dominicana, hablaba en otro sentido al comparar a Blatter con Jesucristo, Nelson Mandela y Winston Churchill. “¿Por qué va a ser diferente de esos otros hombres?”, pregunta Guzmán, a quien la FIFA apartó del fútbol durante 30 días en 2011 debido a un escándalo de compra de votos. Y, ya puestos, añade a Moisés, Martin Luther King y Abraham Lincoln.
Los elogios se sucedían en el complejo turístico de Atlantis Paradise Island, en las Bahamas. Blatter, de 79 años, se presentaba a su quinto mandato como presidente del organismo que dirige el fútbol internacional, la Fédération Internationale de Football Association, y los delegados se desvivían y competían por llenar de elogios a su jefe. Uno tras otro, ondeando las banderas de sus respectivos países para pedir la palabra, ensalzaron a Blatter con términos como “transformador”, “futurista” y “el padre del fútbol”. Jeffrey Webb, responsable del fútbol de las islas Caimán y presidente del grupo regional (Concacaf), interrumpió los discursos.
“Creo que está claro el mensaje que los miembros quieren transmitir, ¿no?”, dijo desde el estrado, mientras los asistentes rompieron a aplaudir y el presidente de la FIFA, sentado a su derecha, sonreía.
[Un mes después, Webb y su antecesor en la Concafaf, Jack Warner, eran detenidos en Zúrich, junto a otros directivos de la FIFA, por orden del departamento de Justicia de Estados Unidos y el FBI. Entre los cargos figuraban sobornos, chantajes, fraude y conspiración para el blanqueo de dinero. Habían acudido a la ciudad suiza para las elecciones de la federación, que Blatter no quiso posponer: el 29 de mayo, renovó su mandato como presidente de la FIFA. Pero su situación era insostenible. Cuatro días, el 2 de junio, dimitió].
Blatter, cuyas cortas piernas le hacen andar con pasos rápidos, a saltitos, se colocó ante el micrófono en las Bahamas. “No debemos hablar de cifras ni dinero”, dijo, y a continuación hizo justo eso: subrayar que, desde 1999, la FIFA ha otorgado más de 330 millones de dólares (unos 300 millones de euros al cambio actual) a los 35 países miembros de la región. Las elecciones de la federación no tienen en cuenta el tamaño del país: cada uno, sea grande o pequeño, tiene derecho a un voto. Blatter deja muy claro en qué consiste su programa y empieza a hablar de la siguiente ronda de subvenciones. “Las previsiones para los cuatro próximos años”, dice, “están entre los 150 y los 180 millones de dólares (134 y 160 millones de euros)”.
Blatter no era el único candidato a presidir la FIFA, aunque nadie lo hubiera dicho a juzgar por la sucesión de oradores en las Bahamas. Los otros aspirantes también habían acudido a la reunión. Eran el príncipe Ali Bin el Hussein, hermano del rey Abdalá II de Jordania; el jefe del fútbol holandés, Michael van Praag, y el portugués Luis Figo, antiguo jugador estrella del Real Madrid y el FC Barcelona. Pero no pueden tomar la palabra. La organización de Jeffrey Webb prohíbe los “discursos políticos” y asegura que las palabras de Blatter no eran más que el discurso de bienvenida del presidente.
De pie junto a un bufé preparado para los delegados durante una pausa, Figo se muestra furioso y califica el proceso de antidemocrático. Tras los tributos en honor de Blatter, el príncipe Ali se retira a fumar un cigarrillo en el balcón de su suite en la planta 16ª, desde donde observa a los delegados mientras bailan junto a una de las 11 piscinas del Atlantis. “Son condiciones muy controladas”, explica Ali, “pero así es como funciona la FIFA”.
Para ser justos, es posible que la decisión de callar a la oposición se debiera a motivos prácticos. Si se hubiera permitido hablar a los disidentes, cualquier discurso que hubiera enumerado las alegaciones de corrupción durante los 17 años de reinado de Blatter habría resultado interminable. Su mandato se ha caracterizado por una serie constante de investigaciones internas y externas sobre malversaciones y sobornos, por no hablar de las acusaciones de compra de votos en la elección de Rusia y Qatar como sedes de las dos próximas Copas del Mundo.
De los 22 miembros del comité ejecutivo de la FIFA que votaron para escoger esas dos sedes, al menos la mitad están acusados de corrupción en relación con el proceso.
El predecesor de Webb al frente de Concacaf, Jack Warner, durante mucho tiempo responsable del fútbol en Norteamérica y Centroamérica, dimitió después del vergonzoso escándalo de la compra de votos en la elección de 2011. Aun así, sigue siendo dueño de un complejo deportivo y centro de conferencias en Trinidad, construido en gran parte con 26 millones de dólares (23 millones de euros) procedentes de la FIFA que él transfirió a sus propias empresas, según un informe encargado por el órgano regional.
Warner dice que el centro, que incluye un salón Sepp Blatter de bodas y banquetes, fue un regalo del antecesor de este último. Las sospechas han alcanzado todos los rincones del mundo: en noviembre, el líder de la asociación de fútbol de Nepal presentó su dimisión temporal, acusado de haber robado alrededor de cinco millones de dólares.
En julio de 2012, la FIFA contrató a Michael García, antiguo fiscal federal de Estados Unidos, para investigar las votaciones sobre Qatar y Rusia, además de otros cargos. Elaboró un informe de 400 páginas, pero tuvo tanto efecto como un copo de nieve contra un carro de combate. La FIFA hizo público un resumen tan anodino que García dimitió, tras asegurar que la versión expurgada contenía “representaciones incompletas y erróneas de los hechos y las conclusiones”. La FIFA no ha publicado el informe completo, y no tiene ninguna intención de volver a someter a elección las sedes de los Mundiales.
Por su parte, el FBI lleva desde hace años investigando la corrupción en el fútbol internacional, según varias informaciones publicadas, y otra pesquisa del Consejo de Europa llegó en enero a la conclusión de que “la FIFA no parece capaz de poner fin a los escándalos de corrupción”. Ni siquiera la propia organización parece saber hasta dónde llegan los casos de malas prácticas. Al preguntar a un portavoz sobre cuántos de sus miembros han recibido algún castigo, se muestra incapaz de responder: “Me temo que no tenemos una lista completa”.
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