El Papa Francisco elevó al honor de los altares como santo a Junípero Serra, evangelizador de México y «padre» de California, personaje al que defendió de las críticas recordando que fue un defensor de los indígenas.
Durante el sermón de su misa de canonización, en el Santuario Nacional de la Inmaculada Concepción, recordó que muchos como él en la historia de la Iglesia han salido de las estructuras eclesiásticas que otorgan «falsa contención», conformismo y comodidad.
La misa se inició con el rito de elevación a los altares de Serra (1713-1784). Decenas de hispanos de diversos países asistieron a la ceremonia, con el sueño de ver reconocido como santo por el Papa a su patrono.
Muchas comunidades latinas de California, lejos de despreciar su figura, la estiman, no obstante algunas polémicas.
Jorge Mario Bergoglio no centró en la figura del fraile su discurso, pronunciado en italiano. Habló de él hasta el final y prefirió reflexionar primero sobre la invitación del apóstol Pablo a todos los cristianos a vivir con alegría.
Una llamada que, constató, choca con las tensiones de la vida cotidiana que pueden conducir a la resignación triste que se puede transformar en acostumbramiento y tener una consecuencia letal: anestesiar el corazón.
«El espíritu del mundo nos invita al conformismo, a la comodidad; frente a este espíritu humano hace falta volver a sentir que nos necesitamos unos a otros, que tenemos una responsabilidad por los demás y por el mundo», puntualizó.
Explicó que este impulso a salir y anunciar, Cristo lo propuso para todos. «Vayan a aquellos que viven con el peso del dolor, del fracaso, del sentir una vida truncada y anuncien la locura de un Padre que busca ungirlos con el óleo de la esperanza, de la salvación», indicó.
«Vayan a anunciar que el error, las ilusiones engañosas, las equivocaciones, no tienen la última palabra en la vida de una persona. Vayan con el óleo que calma las heridas y restaura el corazón», agregó.
Pero aclaró que la misión católica no nace nunca de un proyecto perfectamente elaborado o de un manual muy bien estructurado y planificado; siempre nace de una vida que se sintió buscada y sanada, encontrada y perdonada.
Insistió que la Iglesia, pueblo de Dios, sabe transitar los «caminos polvorientos de la historia» atravesados por conflictos, injusticias y violencia, para ir a encontrar a quien lo necesita.
Precisó que ese pueblo no le teme al error y, más bien, le teme al encierro, a la «cristalización en elites», al aferrarse a las propias seguridades. Porque sabe que el encierro, en sus múltiples formas, es la causa de tantas resignaciones.
Fue ahí donde vinculó su reflexión con la figura de Junípero Serra. Aseguró que la fe ha llegado hasta nuestros días porque muchos como él respondieron a la llamada y optaron por la «audacia misionera» antes que encerrarse.
Por eso quiso recordarlo. Porque el fraile «supo testimoniar la alegría del evangelio», supo vivir «la Iglesia en salida», supo dejar su tierra y sus costumbres, se animó a abrir caminos, supo salir al encuentro de tantos aprendiendo a respetar sus costumbres y peculiaridades.
El Papa recordó que el lema del santo fraile fue «siempre adelante». Afirmó que esas palabras, para él sirvieron para vivir la alegría del evangelio.
Y ponderó: «Fue siempre adelante, porque el señor espera; siempre adelante, porque el hermano espera; siempre adelante, por todo lo que aún le quedaba por vivir; fue siempre adelante. Que, como él ayer, hoy nosotros podamos decir: siempre adelante».
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